Un confinamiento prolongado y una economía fuerte capaz de resistir por varios meses la emergencia social, sería lo ideal, pero lastimosamente estamos lejos de lograrlo.
Sonaría ilógico que nos tocara escoger entre salvar nuestras vidas evitando el contagio o padecer hambre, pero lastimosamente esa dicotomía es la que viven muchos colombianos, quienes hasta antes de la pandemia vivían del día a día, de la informalidad, y quedarse en casa significa no tener como satisfacer sus necesidades básicas, pero salir significa arriesgar su vida y la de su familia. Pero son ellos, los colombianos más vulnerables, los beneficiados de la solidaridad y ayudas del gobierno.
Pero al otro lado de la moneda están los colombianos que su subsistencia y la de sus familias depende de un salario fijo, los colombianos de clase media, que laboran para tener que comer, y son ellos los más afectados si no reactivamos paulatinamente nuestra economía. Si una empresa fracasa con ella desaparecen miles de empleos, y con ellos el hambre empieza a convertirse en el leguaje de más y más colombianos.
Solo el sector de la construcción, por ejemplo, según Camacol aporta 1.5 millones de empleos y 1,7 millones de empleos relacionados, lo que significa que impedir la reactivación gradual de ese sector, podría implicar que más de tres millones de personas se queden sin empleo.
Reactivar la economía no significa poner en segundo grado la salud de los colombianos, una reactivación responsable con las medidas de bioseguridad significa ganarle la batalla al hambre y al Covid-19. Es sencillo, la vida es primero, pero si no hay reactivación habrá desempleo, y el desempleo no lleva a otra cosa más que al hambre.
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