Se ven como enjambres, nublan, atrapan, rodean a los vehículos en los semáforos.
En otras ocasiones se observan haciendo piruetas en la vía, rodando sobre la llanta trasera, culebreando en zig-zag, adelantando por los andenes, pasando las calles raudos, sin detallar a ambos lados, poniendo en riesgo su propia existencia.
Otro acto, por demás desafiante, es el que realizan algunos motociclistas deteniendo el tráfico vehicular, para hacer pasar caravanas fúnebres.
Se parquean en sus motos sin casco, ni chaleco, la placa levantada para que no se lea el numero de identidad de la moto, miran a quienes hacen el semáforo, casi que alardean…
Muchas de las motos transitan sin luces tranquilamente, avanzando en las vías, nuevamente, insisto, arriesgando su vida quien conduce.
Quedando a merced de la suerte que, en ocasiones, no es mucha.
También, las quejas ciudadanas son copiosas, por el exceso de ruido que generan, que se agiganta en avanzadas horas de la noche, lo que genera malestar, injuria auditiva.
Y ni se diga de algunas que parecen chimeneas, donde la autoridad ambiental debería intervenir, sin dudarlo.
Es entendible que este medio de transporte es para muchos su único medio de trabajo, que de él depende el sustento de una familia, de su propia vida (que expone a diario en las calles), pero que igual debe ser regulado, con rigor, como lo esta haciendo la secretaria de movilidad y la policía, para evitar accidentes, delitos, y lo más importante, para imponer el control y la autoridad diluida en Cali, y que el alcalde Alejandro Eder bien ha logrado recuperar.
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