En un país normal conmemorar cinco años de un acuerdo de paz con una guerrilla sería motivo de una tremenda celebración. Sin embargo, hoy el acuerdo sigue siendo un factor de discordia y de polarización. El acuerdo nació muerto por muchos motivos. Las negociaciones fueron hechas a distancia sin involucrar a la mayoría de los colombianos y caracterizadas por la arrogancia de los negociadores de las Farc. Luego vino el catastrófico plebiscito, del cual se desconoció el resultado. Mucha agua ha pasado debajo del puente. Los incumplimientos de las Farc en la entrega de sus recursos, el mal manejo de los episodios de Santrich y rápido surgimiento de las disidencias. Mucho también se puede decir de la ineficiencia de los gobiernos de Santos y de Duque en la implementación de los acuerdos en las regiones. Sin embargo, el principal motivo por el cual no podemos celebrar es que realmente poco ha cambiado la realidad de nuestro país en estos cinco años. Colombia se equivocó al creer que el problema eran las Farc y al vender que su desmovilización traería la anhelada paz. Es imposible celebrar un acuerdo si no acabó con las causas objetivas de la violencia. El acuerdo tiene un problema estructural del que la mayoría prefiere no hablar: convirtió el narcotráfico como delito conexo y le amarró las manos al Estado en su lucha. La realidad es que el acuerdo fue el nacimiento de cientos de pequeños carteles que han enrarecido aún más el conflicto en las regiones. ¿Cómo celebrar un acuerdo de paz en una semana con asesinatos de líderes, reclutamiento de jóvenes o ataques a estaciones de policía?
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