Es claro que el ELN no tiene voluntad de paz, así se concluye luego de la masacre de 9 militares en el Catatumbo, perpetrada por el grupo armado ilegal al mismo tiempo que sostenía diálogos con el gobierno colombiano en México.

Como ocurrió con gobiernos anteriores, esta guerrilla no pudo demostrar con hechos lo que pregona con palabras, pero en esta ocasión la burla al país es mayor, pues la mano que la guerrilla dejó tendida con este brutal atentado es la de un presidente afín ideológicamente, lo que se supone debería llevar a los cabecillas del grupo armado ilegal a negociar con mayor confianza y rapidez.

Las Fuerzas Militares, duramente golpeadas por este crimen, han dado muestra exagerada de compromiso con la paz, al punto que han aceptado democráticamente el injustificable mandato de repliegue dado por el presidente Gustavo Petro y que ha sido aprovechado no solamente por el ELN, sino por todo tipo de agrupaciones criminales.

La masacre de los 9 soldados no es la única prueba contundente de que esta guerrilla no se ha tomado en serio los diálogos con el gobierno colombiano; en varias regiones del país, como Arauca, el Catatumbo y el Chocó, el ELN mantiene sometida a la población civil a un régimen de terror.

¿Por qué la fuerza pública no puede actuar? ¿Por qué soldados y policías se tienen que dejar matar? Esa no es una muestra de paz del gobierno, sino una señal de ingenuidad e irresponsabilidad. La búsqueda de una negociación con los grupos ilegales no puede significar la renuncia del Estado a confrontar a los generadores de muerte, desplazamiento y pobreza.

Los romanticismos ideológicos no pueden nublar la vista del presidente de la República ni mucho menos llevarlo a desproteger a los civiles y a poner a policías y militares de carne de cañón.

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