La decisión de la Alcaldía de Cali, que prorrogó la prohibición de ingreso de las barras de los equipos visitantes al estadio olímpico Pascual Guerrero, para evitar enfrentamientos y revueltas durante los partidos, demuestra dos cosas: por un lado, la desfiguración del fútbol, convertido por un puñado de desadaptados en una excusa para el vandalismo y la agresión, y por el otro, la incapacidad de las autoridades colombianas (no sólo las de la capital del Valle) y de la dirigencia futbolística nacional de hacer un trabajo de fondo con las barras, que permita que hinchas de uno y otro equipo puedan asistir a un mismo espectáculo deportivo y mantener un comportamiento razonable y civilizado.

Es claro que, mientras no se trabaje de fondo y de manera sostenida en la parte pedagógica, se deben tomar medidas de control como la adoptada por la administración municipal de Cali. Con estas disposiciones a veces se evitan las revueltas dentro del estadio, pero no se soluciona el problema y tampoco se evita que los desadaptados agredan, dañen y roben en los alrededores del escenario deportivo y trasladen sus peleas a otras partes.

¿Qué se está haciendo para acabar con esta cultura de la violencia que se ha apodera del fútbol? ¿Hasta cuándo se tendrán que hacer operativos de seguridad gigantescos cada vez que hay un partido?

La Federación Colombiana de Fútbol y los mismos clubes deben involucrarse más en este proceso, pues en plazas como Cali, donde los resultados de los equipos no son buenos y los desadaptados han hecho que la asistencia a los partidos importantes se interprete como sinónimo de peligro, el público del fútbol prefiere cada vez más ver los juegos por televisión que desde las graderías.

Claro que debe haber mano dura, control y sanción para los desadaptados, para atender el problema inmediato, pero es importante que haya pedagogía y construcción de cultura ciudadana para cambiar la visión errada que muchos tienen del fútbol.

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