Una huella imborrable

José David Solís Noguera

Cuando veo noticias donde un sacerdote, un docente de primaria, un entrenador deportivo o un padrastro han abusado sexualmente de un niño o una niña, se viene a mi sentir de padre un dolor y una rabia que me llevan irracionalmente a pensar en lo que sería capaz de hacerle a esos individuos que dejan en esa niñez una huella imborrable.

En nuestro país, cada 20 minutos se registra un abuso sexual contra un menor de edad, donde el 73% de las víctimas – que no sólo frustran sus proyectos de vida sino que terminan mucho más expuestos a todo tipo de violencias – son niñas entre los 10 y 14 años.

Lo que más me preocupa es que estas situaciones de violencia sexual y de maltrato hacia la infancia no sólo tengan vacíos en la judicialización de los victimarios sino que estemos justificando esas conductas como parte del paisaje de personas que naturalizan a los violadores como enfermos mentales y no como lo que son: agresores sexuales que saben lo que están haciendo, que tienen la capacidad de juzgar correctamente la situación y que son conscientes de que su actuación es dañina.

Los adultos somos responsables de velar por el desarrollo sano de la infancia, y más cuando los niños y niñas son tan vulnerables en un país donde los actos violentos son la nota dominante.

Por esa razón, invito a los padres, como principales educadores de la niñez, a que seamos promotores del futuro del país acompañando y cuidando a nuestros niños y niñas y no seamos cómplices de los violentos sexuales que atentan contra el crecimiento y los sueños de nuestra niñez.

Comments

Comparte esta noticia...
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Cargando Artículo siguiente ...

Fin de los artículos

No hay más artículos para cargar