En Colombia hemos vivido, por culpa de la clase política-que ha contado con gente buena y también de mala calaña, más de la primera que de la segunda pero, con la mala suerte que los segundos son más pretensiosos, más incitadores y mal intencionados— la guerra de los mil días, pavorosa y triste; la violencia política entre azules y rojos, con miles de muertos y heridas en el alma de muchos colombianos, y el proceso 8000, que nos marcó terriblemente, cuando se hizo público lo que muchos sabíamos pero callamos, cuando parte de la “dirigencia” política se comprometió a hipotecar el país a cambio de mucho billete.
Ahora, con la apertura de una nueva Constitución, se dio la oportunidad a nuevos partidos y grupos políticos, con ideología de izquierda en su mayoría, y tuvieron la oportunidad en las urnas de lograr curules y la dirección de municipios y departamentos, incluso de ocupar ministerios.
Infortunadamente, nos dejó liderazgos complejos, comprometidos con el Foro de Sao Paulo, creado por Fidel Castro y Lula Da Silva, donde se establecieron líneas de conducta antidemocrática, como la toma del poder con expropiaciones, supresión de elecciones electorales y de la inversión privada, que solo conllevan miseria y sufrimiento.
Por eso me preocupa que algunos esperan que termine la pandemia para seguir tratando de derrocar a un buen mandatario como Duque, al que cuatro años de gobierno le quedarán cortos para cambiar muchas injusticias sociales heredadas. La pandemia del covid-19 nos ha mostrado un mandatario inteligente, sereno, respetuoso, y eso tiene molestos a los que sabemos. Dios nos ampare.
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