La cuarentena más larga del mundo

Paola Andrea Arenas Mosquera

Termina este 31 de agosto en Colombia, la cuarentena más larga de la que se tenga noticia en el mundo tras la llegada del Covid 19. El Gobierno nacional decidió “darle de alta” al confinamiento obligatorio que nos trajo este virus con corona que aún no hemos logrado destronar. Por eso, como circula por allí, vale la pena recordar que el Coronavirus no se ha ido, solo que ahora podemos, salir a buscarlo.

Debemos insistir en el auto-cuidado y en la cultura de la protección con un enfoque social de empatía y solidaridad. Necesitamos esa conciencia colectiva de la que disponen en mayor grado, las sociedades que han invertido de mejor manera en educación en ciudadanía. El cambio de mentalidad y cultura es fundamental para no retroceder con cada avance en un momento tan adverso.

La cuarentena impuesta en Colombia por el coronavirus es la más larga del planeta, si se tiene en cuenta que inició en todo el territorio nacional el 25 de marzo y que se ha prolongado hasta el 31 de agosto. El país completará 159 días de “encierro”, aún cuando muchos lectores pueden objetar, -con razón-, esta generalización; toda vez que aunque muchas personas acogieron con rigor las medidas del aislamiento, otras se pasaron por la ruana las medidas. No me voy a detener en los motivos, ni en si tenían o no razones de peso para no acatar la cuarentena. Quiero poner los reflectores en los desafíos de la “nueva normalidad”

El primer desafío que tenemos es preservar la vida. Mantenernos sanos. Rescatar de la depresión, el stress y los golpes emocionales a centenares de personas que han perdido seres queridos, empleos, negocios o peor, que han perdido la esperanza. Rescatar la confianza es tan importante como hablar de seguridad ciudadana o de bio-seguridad. Un País amenazado por la falta de confianza va a tardarse más en calentar de nuevo motores para volver a despegar, para retomar el impulso.

El Segundo desafío es convivir con los protocolos que permitirán la bioseguridad de todos nuestros entornos posibles: En casa, supermercados, lugares de abastecimiento, centros comerciales, empresas, instituciones educativas, establecimientos de comercio, iglesias, zonas verdes y espacios de esparcimiento… Cuánta cartilla necesitaremos para no bajar la guardia con el distanciamiento social mínimo y las barreras para evitar el contagio de un virus que seguirá suelto y sin vacuna en Colombia, por ahora.

El tercer desafío es la reactivación de operaciones de la mayoría de los sectores económicos que continuaron a media marcha y de los que frenaron en seco con el choque que eso implicó para sus equipos, colaboradores, proveedores y cuantas personas de manera directa o indirecta dependían económicamente de éstos. Es igual a la post-guerra. El resurgimiento económico va a requerir de mucha táctica y estrategia, articulación publico-privada y un espíritu de ciudadanía resiliente para reponerse de algo que es peor a la pandemia: el efecto emocional al que lleva la zozobra de la incertidumbre, pero que una actitud positiva puede reivindicar. No hay arcoíris sin tempestad, ni época de oro en la historia que no se haya sobrepuesto a una crisis.

El cuarto desafío: Nuestras niñas y niños. Cada día pienso cómo aportar a que nuestros pequeños -quienes están creciendo en este periodo de atipicidad-, sean mañana unas mejores personas a las que hemos sido nosotros. Pienso en mis juegos de infancia, corriendo por la cuadra, jugando a la lleva, a las escondidas, montando bicicleta, sudando a campo abierto. Sin celular, sin tablet, sin las herramientas de tecnología que antes de esta pandemia que algunos padres –me incluyo- criticábamos y aborrecíamos, pero que –el tiempo de Dios es perfecto- también tenían que llegar para quedarse y acercarnos desde la virtualidad.

Cómo hacer que nuestra infancia en las actuales condiciones, desarrolle las competencias sociales que necesitamos? Cómo desarrollar modelos de intervención diferenciales para los niños de las ciudades y los de la ruralidad porque –quién lo creyera!- en un futuro cercano vamos a comprobar que los primeros son portadores de lo que carecen los segundos y viceversa. Hoy, mientras los padres de las grandes ciudades añoramos, más río y contacto con la naturaleza para nuestros pequeños, los papitos y mamitas del campo añoran algo de nuestra conectividad y poner en manos de sus hijos ese computador, celular o tablet que a veces nosotros quisiéramos arrebatarle a los nuestros por algunas horas, para conectarlos a un mundo menos acelerado y de más trascendencia.

Ojalá en medio de nuestra responsabilidad inaplazable de equilibrar la balanza entre la preservación de la vida y la salud, en simultaneidad con la reactivación económica, nuestras niñas y niños, quienes son determinantes para la sociedad que queremos reconstruir, no se queden en el limbo. Ojalá pensemos en su mundo interior, en lo que deben estar pensando (no siempre manifiesto), en lo que sueñan y anhelan. Si el niño interior nuestro tiene o tuvo miedo, ¿qué podemos imaginar de lo que pasa por la mente de nuestros menores?

Necesitamos desarrollar una disrupción de estrategias ajustadas a la primera infancia en este nuevo orden mundial con teletrabajo, “tele-estudio” y niños con la sonrisa oculta detrás de un tapabocas mientras juegan en un parque.

En medio de esta “nueva normalidad” que empieza el 1º de septiembre, transita nuestra misión renovada de intentar ser la mejor versión de cada uno. Quizás lo único masivo que necesitemos entonces, es una siembra intensificada de valores con la que promovamos una ética impecable en la forma de asumir nuestras relaciones.

Nos esperan hogares con hábitos distintos, nuevas formas de estudiar y de trabajar, nuevos modelos de negocios, nuevas maneras de disfrutar el tiempo libre y de relacionarnos con la naturaleza y todo lo que active nuestro ser y nuestros sentidos. Bienvenida esa ética que nos lleve a una vida más consciente y a crear ese nuevo contrato social para reducir las brechas de desigualdad e inequidad que sin querer hemos permitido.

Después del diluvio, que duró 40 días, se dice que Dios envió el arcoíris como símbolo de reconciliación y señal de que había terminado el castigo. He de suponer que los colombianos estamos destinados a disfrutar de un arcoíris muy grande. Hemos vivido -y de nosotros depende que no se repita-, la cuarentena más larga del mundo.

Comments

Comparte esta noticia...
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Cargando Artículo siguiente ...

Fin de los artículos

No hay más artículos para cargar