Jaime Alberto Leal Afanador

Disfrutar el trabajo

Jaime Alberto Leal Afanador

Pocos días antes de jubilarse, la empresa pidió a un constructor hacer una última casa.

Aceptó la tarea, pero no la hizo con agrado, no puso empeño y aunque la terminó, ésta no tuvo los estándares de calidad acostumbrados.

Se sentía cansado y no quería seguir trabajando en lo que hizo por más de 40 años.

Cuando entregó la obra, su jefe le dijo que la casa era un regalo para él en agradecimiento al tiempo de servicio.

Entonces, la vergüenza y la desilusión se apoderaron del constructor.

Esta historia, que usan profesores de ética y líderes espirituales, invita a reflexionar sobre nuestra actitud ante el trabajo.

Para Usted, ¿qué tan importante es el trabajo en su vida?

Muchos ven el trabajo como una obligación, y por ello laboran sin brillo, se limitan a cumplir un horario, hacen lo mínimamente contratado, no son creativos ni propositivos y consideran que la vida los tiene que premiar con otra actividad.

Se sienten castigados, no generan un buen ambiente entre su equipo y poco o nada contribuyen al éxito de la empresa.

En cambio, quienes valoran y agradecen tener una actividad laboral asumen una actitud diferente.

Se esfuerzan por dar lo mejor, por cumplir efectivamente las instrucciones, por aportar con ideas y por construir un agradable entorno.

La calidad del trabajo es producto de nuestro compromiso frente a él.

Es común que queramos mejores condiciones, un mayor salario, más beneficios, flexibilidad y libertad de movimiento, entre otros, pero eso no puede condicionar su calidad.

No se trabaja la mitad porque se crea que se debe ganar el doble.

El trabajo de valor es el que se realiza bien, más allá de las limitaciones.

Más de la tercera parte del día se dedica al trabajo, que generalmente se obtiene y se remunera como resultado del esfuerzo, de la formación y de las competencias físicas e intelectuales.

Para ascender en el trabajo es indispensable mejorar estas condiciones, y eso implica estudiar más, practicar más y dedicarse más.

Sólo el trabajo que atenta contra la dignidad, que maltrata o explota con actividades ilegales y contraría la propia moral, debe rechazarse, así pague bien.

No hay excusa alguna (social, religiosa, penal o familiar) para hacerlo.

Quien hace este trabajo bajo el argumento de que no encuentra otra forma de ganar dinero, se miente a sí mismo y refleja una actitud cívica indigna para la sociedad.

Por sobre el salario y las condiciones en que se realice, el trabajo es una oportunidad para aprovechar el tiempo, para aprender y enseñar, para aportar socialmente, para recibir ingresos para llevar alimento al hogar, y para mejorar las condiciones familiares, entre otros beneficios.

Quien maldice o reniega de su trabajo no valora que miles de personas darían lo que fuera por tener un vínculo laboral, y que las mejores condiciones, estatus y salario dependen, en gran medida, del esfuerzo personal.

El constructor del ejemplo nos confirma la necesidad de hacer el trabajo bien en todo momento, siempre.

La mayoría de los problemas de calidad y de servicio en todas las interacciones sociales viene de trabajos mal hechos.

Debemos ser conscientes que el grano de arena que las organizaciones esperan de nuestro trabajo tiene que ser impecable.

Por la empresa, por la sociedad y, sobre todo, por nosotros mismos.

Porque quienes son felices y tienen claro su propósito de vida, disfrutan su trabajo.

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