Lo vi llegar de sombrero pequeño, sonrisa que animaba la jornada, de estatura mediana, hablar pausado y preciso, fresco, tranquilo. Eran los meses en que recién pasábamos una atroz pandemia, y mi labor como subsecretario de cultura me satisfacía, entre otras razones, por este tipo de encuentros.
Me explicó en qué consistía su trabajo artístico a partir de la contemplación de un insecto desconocido, en pleno confinamiento. También ahondó en lo que para él significaba el punto, la línea y el punto.
Buscaba un lugar en la ciudad donde pudiese pintar un mural y dejar reflejado, en ese espacio público, las huellas del arte que soplan sus laboriosas manos. Se dedicaba, en esta ocasión, a la pintura. Su otra línea artística, la fotografía, de la que me exhibió su compilación de imágenes, quedaba en suspenso, o eso creí.
A los pocos días, ya Pipe era el nuevo Alférez de la hacienda Cañasgordas pintando las paredes de una pequeña habitación donde se resguarda la planta eléctrica de este patrimonial espacio de la ciudad. Allí también, silenciosamente, inició el registro fotográfico de las puertas y ventanas de la hacienda donde la historia independentista de Cali y Colombia inició su brega.
Y luego se embriagó de verde y rojo y blanco en las paredes exteriores de la Casa Menéndez, del Bulevar del río, haciendo un homenaje a la festividad y la salsa de Caleña.
A los meses, me invitó a la exposición que instaló en La Pared del club campestre, y allí estaba la Hacienda Cañasgordas retratada bajo el ojo y el obturador de Pipe Yanguas, quien expone por estos días en el Domo-Museo de la biblioteca departamental, su más reciente obra.
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