¿Dónde está mi cédula, dónde está la libreta del banco, quién me cogió mi dinero?. Son las preguntas diarias que hace mi padre, después de buscar en su bolsito azul y que resultan parte del paisaje de su realidad y del universo actual de mi familia.
Mi padre, desde hace cinco años padece de Alzheimer, una enfermedad progresiva e incurable que afecta a cerca de 50 millones de personas alrededor del mundo y que hoy por hoy ha desplazado al sida como una de las principales causas de muerte, según datos de la Organización Mundial de la Salud.
Para mí no ha sido fácil aceptar su condición, después de haber visto a un padre activo toda su vida que recordaba con claridad y entusiasmo cada triunfo de su equipo amado: el Deportivo Cali.
En nuestro país, la cifra de personas que tienen este tipo de “demencia senil” supera los 300 mil pacientes entre los 65 y 85 años de edad y preocupa que una patología neurológica como esta no sea reconocida como una prioridad de salud pública en Colombia.
El Centro de Estudios en Protección Social y Economía de la Salud de la Universidad Icesi, develó un estudio que demuestra que el tratamiento para esta enfermedad resulta costoso y según una estimación internacional el promedio de costos para atender un paciente con Alzheimer crónico es de 1.300 dólares.
La demencia de mi padre se ha venido comiendo sus pensamientos y progresivamente ha destrozado los sentimientos de quienes estamos con él.
En esta etapa de mi vida se me viene a la cabeza una frase de Gabriel García Márquez, que recoge el anhelo de que mi padre recordara su existencia en mi mundo: “La vida no es lo que uno vive sino como lo recuerda, y como lo recuerda para contarlo”.
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