Debo confesarles que todavía no salgo del asombro que me produjo la pasada noche del viernes primero de noviembre, cuando, ya sentado y acompañando al Mulato en su cabaret, vi con ojos estupefactos cómo su mano mágica de coreógrafo había montado, junto a la Filarmónica de Cali, un espectáculo maravilloso.
Este hacía realidad la idea de la exministra Mariana Garcés: decirle al mundo de la salsa que sí es posible montar en las partituras de una gran orquesta las entonaciones, estrofas y el ritmo de la salsa para que sean bailadas e interpretadas por un grupo como Swing Latino, algo que no se había hecho con anterioridad.
Lo sucedido la noche del primero de noviembre fue, ni más ni menos, una demostración de cómo el talento de un coreógrafo como El Mulato puede convertir en baile la interpretación que de las principales canciones del Grupo Niche hizo la Filarmónica de Cali, bajo la batuta de su director, Paul Dury, y con los arreglos del maestro José Aguirre.
Ellos aterrizaron, como lo hicieron las big bands en su época de oro con el mambo y el cha-cha-chá, un concierto que obligó a la creatividad del Mulato a responder recurriendo a los pasos, quiebres y agaches que evoca el danzón y el danzonete, ritmos creados y engrandecidos por los cubanos.
El danzón, creado por Miguel Faílde, es nada menos que el baile nacional cubano, y fue esa manera elegante con la que El Mulato nos transportó la noche pasada, cuando cada una de las canciones del maestro Varela fue bailada con tempo y swing, como en el siglo XIX, cuando en las grandes salas matanceras se presentó esta derivación de la danza que, más adelante, al mezclarse con el son, dio lugar al danzonete.
Escuchar a la Filarmónica de Cali y ver los movimientos armónicos de los bailarines de Swing Latino me hizo pensar en por qué este espectáculo, único en su género, no había sido incluido en el listado de eventos de la COP16. No sé qué pasó.
¿Qué mano siniestra e inconforme lo impidió? Porque lo cierto es que, así como se presentó a Rubén Blades, no entiendo cómo, ni a son de qué, no hubiera sido igualmente importante dejar ver a la escuela de salsa más importante del mundo, para que pudiera bailarle a los dignatarios y a los miles de asistentes que, a nombre de distintos países, concurrieron a todos y cada uno de los espectáculos de la programación.
Hubiera sido un orgullo para los organizadores de la COP, si lo hubieran presentado.
Lo cierto es que El Mulato Cabaret demostró, la noche de su encuentro con la Filarmónica, que está hecho para grandes cosas, que su estructura, a la manera de los teatros de la belle époque, recoge todos los ingredientes arquitectónicos y estéticos necesarios para ser tenido en cuenta en futuros eventos como la COP16.
Por eso no debe ser ignorado; esta vez, con estos tres días de presentaciones —el 30 y 31 de octubre y el 1 de noviembre— quedó un precedente que no puede ser olvidado por las Secretarías de Cultura y de Turismo de la Alcaldía, o por quienes las asesoran.
Imagino que el alcalde Eder no tenía conocimiento de que durante la COP se presentaba ese espectáculo, el de la Filarmónica y el Mulato, que no estaba en cartel y cuya altura estaba al nivel de los mejores, como lo demuestra la película documental The Best, también sobre El Mulato, estrenada en esos días.
Para terminar y con un buen sabor de boca, debo decir que, después de ver a Swing Latino bailar rememorando el danzón, sigo pensando que el único que podía hacerlo así era El Mulato.
Porque una cosa es montar un baile con una orquesta a la manera de un ensamble, tal como se hace en el Mundial de Salsa, y otra es hacerlo al ritmo y los acordes de una filarmónica.
Por eso, la genialidad del Mulato radica en que respondió recurriendo a la memoria musical que nos dejaron los bailarines cubanos de antaño y le imprimió su famoso toque personal.
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