Luis Ángel Muñoz Zúñiga

¡Tienen huevo!

Luis Ángel Muñoz Zúñiga

Las narraciones bíblicas, como ocurrió con otros libros milenarios antes de la imprenta de Gutenberg, circularon por tradición oral. Pero en cada versión las historias pudieron haberse apartado de los mitos originales. Eva tentó a Adán entregándole una manzana para que se la comiera, dice el Génesis, abriéndole los ojos de que estaban desnudos. Yo dudo que el primer hombre prefiriera una manzana, que el delicioso huevo en el paraíso. Para mí, Eva tentó a Adán invitándole con un simbólico huevo. Entonces, sabiendo que un pan sin huevo es insípido, mejor imploremos al Señor: “Dadnos hoy nuestro huevo de cada día y perdona nuestros pecados…” Es un absurdo que haya mamás modernas que con comida chatarra releven el huevo de las loncheras de sus niños. Las otrora buenas madres nos empacaban agua de panela en botella con un adjunto de huevo cocido y, así, quedábamos listos, nutriditos y vigorosos para las extenuantes jornadas escolares. Por eso los colombianos sentimos la rabia mayor de los últimos años cuando el entonces ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, incluyó el huevo en la lista negra de los productos condenados al IVA. Fue desafiante su afrenta contra los pobres, argumentada con su decir de que una docena apenas valía 1.800 pesos. El Día Mundial del Huevo, cada segundo viernes de octubre, es fecha para reivindicar este nutritivo alimento de los pobres, también símbolo de afecto, por ejemplo, veamos una celebración entre estudiantes donde le revientan huevos al cumpleañero que los recibe como víctima feliz y emocionada. De ahí que yo rechace la ocurrencia de lanzarles huevos a los políticos, porque los agraviados serían capaces de decirle a los medios de que se trató de muestras de cariño de parte de sus adeptos, jamás señales de rechazo. Además de confundirse la opinión pública, en tiempo de elecciones no darían abasto las avícolas. Pero sigamos con nuestra apología al huevo. Defendamos el huevo criollo del neoliberal importado. Que ningún colesterol nos asuste. Creo que se quedó corta mi maestra de kínder haciéndome dibujar una gallina con los pollitos, pero sin anticipar los huevos en el nido. Años después me rajé en filosofía cuando no supe responder si primero había sido el huevo o la gallina. No fui capaz de demostrar que desde los griegos el huevo tuvo valor simbólico con sus cuatro elementos: la tierra representada por la cáscara, el agua por la clara, el fuego por la yema y el aire ubicado entre la cáscara y la yema. Y que por lógica no puede haber gallina sin huevo. El perro, dice el adagio popular, es el mejor amigo del hombre. Yo, agregaría, que es mejor amigo del citadino, porque indiscutiblemente, la gallina es la mejor amiga del campesino. No hay rancho alguno en las veredas que no reserve un solar para las aves y jamás ningún labriego mataría a su gallina de los huevos de oro, es decir, que, entre los campesinos pobres, sí pierde vigencia la fábula de don Félix María de Samaniego. En cambio, don Tomás Carrasquilla, en su mejor cuento (En la diestra de Dios Padre), hizo un significativo homenaje al huevo, cuando narra que la hermana de Peralta buscaba qué ofrecerles a los dos peregrinos (Cristo y San Pedro): “Confundida por la poquedá, determinó que alguna gallina forastera, tal vez se había colao por un güeco del bahareque y había puesto en algún zurrón viejo…”. Somos ingratos al distorsionarle su significado y las connotaciones de sus derivadas: huevo, huevón, huevero, huevonada, huevada… “¡Tienen huevo!”, no pretendan despojarnos del exquisito ovalo que nos da la gallina.

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