Sin lugar a dudas Colombia es un país con un potencial irrefutable en términos geopolíticos y geoestratégicos, que siendo bien administrados podrían convertirlo en una potencia regional y un actor relevante a nivel internacional.
Su posición privilegiada en la punta norte de Suramérica con posibilidad de conexión de los dos océanos, la riqueza natural, hídrica y minera que yacen en su territorio y la cantidad de tierras fértiles, las cuales se cuentan en más de 20 millones de hectáreas, según cifras del Departamento Nacional de Planeación, le brindan a Colombia la posibilidad de jugar un rol importante en el “concierto o sistema internacional”.
Sin embargo, a pesar de todas las ventajas comparativas que tiene el territorio no ha sido posible en sus más de 213 años de historia republicana, lograr transformarlas en competitividad para una verdadera inserción efectiva en el mundo económico internacional como un país protagonista de primer orden, sino que hemos sido relegados a ser un integrante de segundo y algunos casos de tercer orden de importancia en las dinámicas económicas y políticas globales.
Asimismo, todo lo anterior se ha visto reflejado en que el mediocre crecimiento económico que ha sostenido el país (si lo medimos en referencia con su potencial), no ha permeado equitativamente a su población en general, convirtiendo a Colombia en uno de los países más desiguales del mundo.
No podemos negar que esta situación se debe a una conjunción de factores sociales, geográficos, históricos y políticos, sin embargo, hay un factor que ha jugado un papel fundamental en esta situación: la corrupción.
La corrupción ha sido una constante no solo en Colombia sino en todo América Latina, lo cual no significa que no exista en países que son denominados como “desarrollados” o del “primer mundo”, solo que en Latinoamérica esta se encuentra rampante y permeada en todas las esferas sociales de su población y por supuesto nuestro país no es la excepción.
Hay que ser claros, en muchos sectores, especialmente el privado, se estigmatiza al sector público como algo corrupto y lleno de triquiñuelas, sin embargo, debemos ser conscientes qué si existe un funcionario que apele a prácticas de corrupción, por ende, debe haber una contraparte en el sector privado que secunde esa dinámica.
La corrupción en realidad es un verdadero cáncer que carcome la estructura misma de un país para solventar la construcción de su propio futuro, y más aún cuando esta, en general, afecta a la población más vulnerable, disminuyendo sus posibilidades de salir de situaciones de pobreza e incluso miseria que les permitan contar con herramientas como la educación, la vivienda, el transporte o la alimentación que coadyuven en un mejor porvenir, en una vida digna.
El problema de la corrupción no radica solo en que le quita posibilidades a un grupo de personas, sino que al final quien comete un hecho corrupto se “pega un tiro en el pie”, como dice el adagio popular, porque al negarle la conexión a procesos educativos con el robo de $70 mil millones de pesos a la población rural infantil, le está negando por ende al país la posibilidad de tener un campo más competitivo y abierto a la recepción de nuevas tecnologías.
Y ni qué decir de los $500 mil millones embolatados del fondo para la paz, eso sí que afecta la sostenibilidad rural de un país que está llamado a convertirse en la “despensa” alimentaria del mundo.
Las instituciones en Colombia deben fortalecerse, especialmente los organismos de control, los cuales en mi concepto deben estar por fuera de cualquier dinámica política y electoral, ese es uno de los primeros retos que debe asumir el próximo gobierno.
El entramado institucional en materia de control y de sanción penal debe ser fuerte, estricto y eficiente en materia investigativa y sancionatoria, para que sea un tejido realmente disuasivo con penas fuertes, sin posibilidad de excarcelación y con multas económicas compensatorias ejemplarizantes, todo con el objetivo de dar un primer paso hacia adelante en materia de transparencia y ponerle de una vez por todas un “tate quiero a la corrupción”.
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