La autoridad moral es la capacidad de una persona para ser respetada por su trayectoria pública y privada. Es el reconocimiento ciudadano por el ejercicio pleno de una vida en oposición directa a la violencia, porque una sociedad que se rige por normas para la sana convivencia pacífica traza lineamientos que conducen al respeto hacia los demás. Es, entonces, una construcción ética de altos valores que emanan del ejemplo, comprometiéndose con ideales sin imponer criterios, dejando que otros se puedan expresar libremente.
Por ello, cuando el país se prepara para elegir al presidente y vicepresidente de la República, y con una abstención electoral de casi el 56 %, creo que debemos pensar en que tal escogencia debe partir de la concepción del liderazgo político fundamentado en la autoridad moral de los candidatos. Por supuesto, cada ciudadano tiene sus preferencias, las que son totalmente respetables, pero la creciente complejidad a la que estamos enfrentados en el interior y hacia el exterior, al igual que el alto nivel de contenido emocional de la problemática colombiana, hacen que el liderazgo moral de un presidente se constituya en un asunto definitivo para la cohesión social de la nación. Es decir, que si no tenemos en el primer mandatario una verdadera fortaleza moral, es imposible avanzar en mejores niveles de desarrollo social y económico, porque Colombia necesita hoy recuperar la autoridad y el orden en una sociedad que ha perdido la confianza y la credibilidad en las instituciones, manteniendo siempre las garantías constitucionales por los derechos humanos que reivindiquen la dignidad de nuestra vida.
Ahora, más que nunca, debe existir un pacto entre los colombianos y su presidente, puesto que este ejercerá una notable influencia entre sus connacionales, teniendo en la cuenta que cada vez más se consolida un creciente régimen presidencialista en el que las decisiones trascendentales se toman en el nivel central, lo que hace también reflexionar sobre la necesidad de avanzar sobre una administración descentralizada en la que se entreguen mayores funciones a las regiones con recursos suficientes para garantizar su autonomía política, financiera y administrativa.
La nación, más que de un presidente, adolece de un líder que genere credibilidad y confianza públicas. Quien resulte elegido debe comprometerse a entregar lo mejor para transformar a Colombia con equidad y transparencia en la administración de los recursos públicos y la ciudadanía debe cumplir con sus deberes para contribuir con su parte del cambio que requiere el momento histórico en el que la lucha de ideas y la contradicción se han apoderado de la realidad nacional.
Pareciera que, por la alta polarización que enfrentamos, dependemos cada vez más de una presidencia fuerte para que pueda resolver todos los problemas que padecemos, pero, al mismo tiempo, por la dispersión de partidos y candidatos, somos una sociedad más democrática. Sí, es paradójico, ya que tanto los candidatos de derecha como los de centro y también los de izquierda tienen las libertades suficientes para expresar sus ideas y propuestas que nos permiten perfilar su identidad para hacernos a una idea de cómo sería un gobierno bajo su mandato.
Los debates públicos y las charlas con los aspirantes nos acercan a un escenario de psicología positiva que será definitivo al momento de depositar el voto. Pienso que reconocer el liderazgo moral es el primer elemento para tomar una decisión crucial que marcará el presente y el futuro de nuestra patria. Definitivamente, para que un postulante a tan alta dignidad merezca la exaltación popular en un país que anhela confiabilidad y justicia social, lo que hace falta es una mayor autoridad moral.
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