Por estos días una amiga publicó en Facebook que se estaba celebrando el Día de los perros sin raza. Sí, de los chandocitos, y para más señas, el 28 de mayo.
He tenido la inmensa fortuna de contar con la compañía de estos animalitos. Un ser que ha recibido, con sobrada razón, el título de “El mejor amigo del hombre.”
Muchos escritores han plasmado pensamientos inspirados en sus fieles amigos de cuatro patas. Desde Diógenes con su máxima “Mientras más conozco a la gente más quiero a mi perro.” pasando por Kafka, Pope, Rusell y el que más me gusta, el epitafio de Lord Byron a su perro: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.”
El perro ya tenía su día el 21 de julio, pero que haya el de los “perros sin raza” es especial.
Recuerdo que de adolescente leí Eva Luna de Isabel Allende. Un aparte del libro me marcó; lo trascribo aquí sin contextualizarlo porque es en sí mismo el mensaje: “En franca oposición con las teorías sobre las razas puras, creía que de las mezclas salen los mejores ejemplares y para probarlo cruzó sus perros finos con bastardos callejeros. Obtuvo bestias lamentables de impredecibles pelajes y tamaños, que nadie quiso comprar, pero que resultaron mucho más inteligentes que sus congéneres con pedigree.”
Mi mezcolanza personal de genes de tres continentes me hizo adorar esta conclusión. Me siento tan identificado con los chandocitos de cuatro patas que no podía dejar pasar inadvertida esta fecha.
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