Cali, noviembre 6 de 2025. Actualizado: jueves, noviembre 6, 2025 19:23
¿Alguna vez has sentido un miedo irracional, una tristeza sin causa aparente o una afinidad por un lugar que nunca visitaste? La ciencia empieza a considerar que esas sensaciones podrían no ser del todo tuyas.
Podrían ser herencias invisibles transmitidas por generaciones: memorias biológicas que viajan en el ADN.
Durante siglos, se pensó que los genes solo transportaban información física —color de ojos, altura, propensión a enfermedades—, pero la epigenética ha revelado algo asombroso: también pueden llevar marcas emocionales.
Estas “huellas químicas” no alteran el ADN en sí, pero sí determinan qué genes se activan o se silencian dependiendo del entorno o la experiencia vivida.
Uno de los experimentos más citados fue realizado en 2013 por la Universidad de Emory, en Estados Unidos. Científicos expusieron a ratones al olor de flores de cerezo y luego aplicaron un leve estímulo eléctrico.
Después de varias repeticiones, los ratones asociaron el aroma con el miedo. Lo sorprendente llegó después: sus crías también reaccionaron con miedo al mismo olor, sin haber recibido ningún entrenamiento.
El hallazgo sugiere que el trauma, el miedo o la alerta pueden transmitirse como información biológica. Lo que una generación vive, la siguiente puede sentirlo sin saber por qué.
En psicología transgeneracional, esto se llama “memoria ancestral”. No es un recuerdo consciente, sino una emoción congelada en el linaje.
Quienes lo estudian aseguran que la depresión, los bloqueos amorosos o los patrones de carencia pueden ser ecos de historias familiares no resueltas: pérdidas, guerras, migraciones, silencios.
Así, cuando una persona siente un dolor que no logra explicar, podría estar “recordando” algo que nunca vivió, pero que su cuerpo sí heredó.
Cada vez más terapias integran el cuerpo como medio para liberar estas memorias. La constelación familiar, el trabajo con el árbol genealógico o las técnicas de respiración consciente buscan identificar las lealtades invisibles que nos atan.
El primer paso, dicen los terapeutas, es reconocer el patrón, sin culpas. Luego, se trata de agradecer el legado, entenderlo y permitir que se detenga en uno.
Aunque la epigenética no habla de “karma” ni de energía, sus hallazgos están acercando la ciencia a conceptos antes considerados esotéricos.
Investigaciones recientes indican que los estados emocionales positivos también modifican la expresión genética. El perdón, la meditación y la conexión social pueden revertir marcadores de estrés heredados.
Tal vez no cargamos solo la historia de nuestra vida, sino la de muchas vidas antes de nosotros. No como condena, sino como oportunidad.
Cada emoción que sanamos reescribe el ADN del futuro.
Porque la genética no solo transmite vida… también puede transmitir liberación.
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