Gustavo Álvarez Gardeazábal

La crónica de Gardeazábal

La felicidad

Gustavo Álvarez Gardeazábal

Cuando aquél remoto 2 de febrero de 1951 llegué de la mano de mi prima mayor, Stella Gardeazábal, al colegio de las Madres Franciscanas de Tuluá a empezar mis clases de kínder, me recibió la madre Alberta, una suizo alemana grandotota quien a través de sus gafas debió haber descubierto mi precocidad porque desde ese día fui el mandamás de mi curso y el protegido de esas monjas fabulosas.

Ellas me enseñaron la disciplina y la actitud frente a la vida porque no tuvieron que enseñarme a leer y escribir, yo ya lo hacía prodigiosamente para muchos desde los 3 años.

No se me olvidan ni la postulanta Teresa Gordillo que fue mi primer maestra, ni la madre Leocadia, que me parecía como jirafa disfrazada de monja, o la madre Delfina, con cara de abuelita de película.

Muchos años después, agradecido, cuando siendo profesor en la Universidad de Nariño fui hasta el convento de Maridiaz en Pasto a conversar con esta última monja , me di cuenta que era una abuelita mucho más anciana y cariñosa, pero sobre todo me convencí que las monjas franciscanas habían significado demasiado en mis primeros 4 años de vida escolar.

Tal vez por ese afecto que les tomé. O quizás por la gratitud inmensa que hoy doblado por los años siento por ellas, tomé en mis manos las trompetas de la denuncia para decirle hace 4 años y 8 meses a mis lectores y oyentes que había una monja franciscana, pastusa, secuestrada en Malí.

Fuí de pronto hasta cansón con mis lectores y oyentes, pero me exasperaba la inercia gubernamental y eclesiástica frente al rapto de que había sido objeto.

Mis trompetas públicas resultaron ser mis columnas diarias. Las gestiones en Bamako, Niza, Alsacia, Argelia, y con las tropas francesas acantonadas en ese país de Malí , las hice y las guardaré en silencio, pero cuando hace un par de meses mi estafeta en Bamako me dijo que no creyera en lo que se decía en la prensa, de que mi monja colombiana estaba muy enferma. Sino que entendiera que habían comenzado las negociaciones.

Empecé a pujar y a esperar la noticia del éxito que me llegó este sábado, cuando Sor Gloria Narváez fue entregada viva y sana por sus captores. Ayer la recibió el papa. Yo estoy recibiendo desde ese sábado un tsunami de apoyos de lectores y oyentes que me identificaban como el defensor de la llama del recuerdo de la monja secuestrada y han entendido la felicidad que sentí en ese momento y que me embarga mientras recuerdo y agradezco lo que las monjas franciscanas significaron en mi vida.

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