Las guerras mundiales, más que los orígenes políticos, tienen causas económicas.
Las guerras regionales donde países poderosos agreden a los pueblos que quieren independizarse o cambiar de sistema político, en el fondo también les hallamos causas económicas.
Después de la segunda guerra mundial, las potencias triunfantes y los bloques de países derrotados, con el ánimo de reconstruir sus ciudades y levantar sus economías, sobre todo, apaciguar futuros conflictos bélicos, firmaron acuerdos económicos y se sometieron a organizaciones internacionales de derecho creadas colectivamente.
Esas organizaciones de naciones pasaron a ser árbitros para la paz de los pueblos que padecen por la guerra agresora.
Terminada la segunda guerra mundial, sólo se escuchaban ecos de la guerra fría.
Los compromisos internacionales siempre fueron respetados.
Las leyes ciegas de la economía no desbocaron porque por mucho tiempo fueron controladas con acuerdos sobre aranceles.
Pero un siglo después, con la posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, renace el Tío Sam con medidas comerciales intransigentes y sus anuncios de invasión.
Derriba el derecho internacional, provoca pánico económico y vuelve la amenaza contra la paz mundial.
Olvida que el colonialismo quedó registrado en la historia como una época de los siglos XVIII y XIX.
El poder lo obnubila tanto que el Tío Sam cree tener derecho de anexar las vecinas repúblicas independientes como nuevos estados, tomar por asalto el canal y los puertos comerciales y burlarse de los acuerdos de la COP 16 de contrarrestar gradualmente el calentamiento global.
No olvidemos que hay sólo un paso entre la guerra comercial y las bombas destructivas.
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