Ramón Sampedro no logró autorización legal para su eutanasia. Javier Acosta, en Colombia, sí.
Era la legislación inhumana del país europeo que nos colonizó. Veamos que las dos historias se parecen.
El joven deportista español, el 23 de agosto de 1968, disfrutaba de vacaciones y sin conocer las mareas de la región, se lanzó desde un acantilado, cayendo con fuerza sobre la arena, fracturándose el cuello y quedando tetrapléjico.
Valiéndose de un esfero sostenido en su boca escribió “Cartas desde el infierno”, estremecedoras reflexiones, filosóficas y poéticas, que fundamentaron su derecho a decidir su propia muerte: “Soy una cabeza viva y un cuerpo muerto.
Un tetrapléjico crónico que tiene su residencia en el infierno”. La corte española, en 1993, le negó la eutanasia.
Entonces él, con la ayuda de una amiga, jamás identificada, que le suministró veneno en un jugo, facilitó su propósito.
Alejandro Amenabar, cineasta español, filmó su historia en “Mar adentro” (2004).
En cambio, Javier Acosta, el hincha de Millos en Colombia, logró su eutanasia el pasado 30 de agosto, luego de sufrir un accidente hace nueve años y tras cumplir cinco de haberse contagiado con una bacteria adquirida en una piscina de Melgar.
La noticia se tornó en un caso de voyerismo, rating en las redes sociales, publicidad deportiva, rogativas de creyentes y discusión ético-religiosa.
“La vida vale la pena vivirla –escribió Ramón Sampedro-, mientras nos podamos valer por nosotros mismos”.
Javier Acosta, el joven colombiano de 36 años, en su sencilla despedida, expresó: “Ustedes que se pueden quedar acá disfruten cada minuto con su familia”.
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