En estos días una persona que trabaja al día y que conozco hace cerca de 30 años, me contó que le habían robado en su casa 250.000 pesos. Lo triste de esta historia es que no fue producto de un hurto a residencias, como sucede cotidianamente en la ciudad. La pérdida del dinero se produjo durante la visita de dos operarios de Tigo Une que ingresaron a ajustar la señal de televisión. Percatada del faltante, ella procedió a quejarse en la empresa. A los pocos días UNE le contestó que nada tenía que ver con el asunto y que le sugería poner una denuncia ante la Fiscalía. La entidad, a través de un supervisor, le envió los nombres y cédulas de las personas para que acudiera a las autoridades. En resumidas cuentas, ahí no va a pasar nada. Esta historia la conté en una reunión y, para mi sorpresa, otra persona me dijo que le había pasado algo similar, pero con un equipo electrónico, en ese caso durante un arreglo de Claro. Misma respuesta, misma actitud de la empresa. Las empresas que entran a los hogares de los colombianos deberían tener protocolos de trabajo muy rigurosos que garanticen la seguridad de sus usuarios. En el caso que relato, eran dos funcionarios y una sola persona en la casa. La pérdida del dinero se produjo porque uno necesitaba saber dónde quedaba la terraza, mientras tanto el otro avanzaba en una de las habitaciones. ¿Planeado, coincidencia? Moraleja: no olvidemos que en nuestra sociedad el vivo vive del confiado y un carné no certifica la honestidad de las personas.
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