La diezma

Rodrigo Fernández Chois

Ese es el nombre de uno de los más fuertes castigos que el imperio romano imponía a sus legiones cuando se acobardaban. Su objetivo era que fuese ejemplar como ninguno.

La sanción consistía en separar a los merecedores de la pena y hacer que formaran filas de diez hombres. Luego, por un mecanismo de sorteo se elegía al azar a uno de cada fila y se ordenaba a los restantes nueve que lo mataran a garrote limpio. No había favorecimientos ni predilecciones a la hora de escoger a los desafortunados… Sólo intervenía la suerte.

Hasta hace un par de días creía que exponernos a una diezma por causa del virus era la menos mala de las alternativas posibles para evitar que el aislamiento –con el correspondiente freno de la economía- no terminara siendo una cura peor que la misma enfermedad. Opinaba que todos tendríamos que echar nuestro destino a suertes en una especie de macabra selección artificial -artificial porque no dudo de la creación humana del virus- y quienes sobreviviesen a la infección quedarían vacunados y el mundo continuaría su andar. Incluso lo consideraba por el atenuante de que la mortalidad del 7% del Covid-19 es más favorable que el de la diezma romana.

Sin embargo, en cuarentena la reflexión suele mejorar. Y a pesar de que abundan mensajes en los que se pretende minimizar las muertes causadas por el virus en comparación con las causadas por otros lamentables males, la realidad es que ese 7% de letalidad sería considerablemente mayor si no se hubiesen tomado las medidas de aislamiento. Conclusión: quedarnos en casa sigue siendo lo más inteligente.

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