En estos tiempos de incertidumbre política y de temores a las malas pasadas de la naturaleza, es reconfortante que durante el puente festivo se realice en Ginebra el Festival de Música Andina “Mono Núñez”.
Afortunadamente la Divina Providencia ubicó a esta pintoresca población a salvo de frágiles montañas y de enfurecidos caudales.
No sólo en estos días de festival oiremos nombrar a Ginebra.
A la orilla de algunas carreteras siempre vemos restaurantes que, queriendo llamar clientela, se autodenominan embajadores ginebrinos.
Es que la tierra natal de Benigno Núñez, es única: acreditada simultáneamente por el aroma del sancocho y los sabores de la música andina colombiana.
Con el Bandola de Sevilla y el Petrónio Álvarez de Cali, el Mono Núñez completa la trilogía de los festivales musicales más importantes de Colombia, provocando que nos volquemos en su hospitalario pueblo quienes nos deleitamos con los ritmos autóctonos.
En el Coliseo Gerardo Arellano, en secciones nocturnas solemnes, el público aplaude durante cuatro noches a los intérpretes de temas inéditos.
Afortunadamente en la Plaza Principal, como parte de la programación gratuita para el público, vuelven a presentar a las agrupaciones invitadas con su derroche de instrumentos y voces alegres.
Cuando alguna vez por ensayo lo trasladaron del lugar, mermaron los visitantes y empezó a disminuir el jolgorio del festival.
Ginebra no es apenas escenario de festivales anuales. Gracias a Funmúsica es un auténtico museo de la música, ya que conserva los afiches, las fotografías, las memorias, los libros, las filmaciones y, lo más importante, las copias de las grabaciones que desde inaugurado se han hecho en vivo.
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