No creo que en Cali tenga un tocayo. Cuando se menciona a Frisco, ya se sabe que es el del periódico El Gato, que este año entra en los 87 años de existencia. Ya es un patrimonio del periodismo de humor decente.
Siempre invito a mis tenidas a Frisco González porque con él la sonrisa, el chisporroteo y el aprendizaje son parte del orden del día. La picardía, adoba la tertulia.
En alguna ocasión lo encontré y le pregunté: “¿Frisco, cuándo cierras edición? Y respondió de inmediato; más bien pregúntame cuándo la abro, porque no he conseguido patrocinios”.
Estudioso de la historia, en especial de la vida de Rafael Uribe Uribe. He visto a Frisco sollozar narrando la manera cómo este liberal le enviaba pedacitos de jabón a su hija en su cumpleaños, porque no tenía para más. Por él llegué al libro “Cartas de amor en tiempos de guerra”, compendio de las misivas de Uribe Uribe a su esposa Sixta Tulia Gaviria, cuyo autor Pablo Rodríguez Jiménez es uno de los intimistas más destacados y pariente de Frisco.
Me visita cada que publica El Gato, trae varios ejemplares marcados para que le indique a quién quiero obsequiarle. Los marca con su puño y letra, uno-a-uno. Se ha vuelto esta tarea, un bello rito.
Conversamos, reímos, y me repite la enseñanza que le dejó su padre Frisco-Gato: “El periódico El Gato debe arañar, mas no hacer sangrar”, y eso es lo que sigue haciendo de manera paciente, más ahora que cumple 87 años y sigue tan sereno, como el felino que siempre admiró Borges.
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