El 2018 es año electoral, lo cual es bueno para la economía y para la democracia del país. Viviremos dos días fijos de elecciones y un tercero si se presenta la Segunda Vuelta.
Este domingo que se avecina será el primero de los tres y, claro está, ¡votaré!; pero debo confesar que, aunque siempre he ejercido con alegría mi derecho a votar desde que tengo mayoría de edad, en esta oportunidad me dirigiré a la mesa de votación presa de un sinsabor.
Un malestar que me corroe debido al hecho de que habiendo votado el año pasado el plebiscito y habiéndolo ganado, de manera sórdida el gobierno desconoció el mandato popular que se impuso en las urnas.
Lo que sucedió fue muy grave para la democracia colombiana y sienta un precedente sombrío de en lo que pueden llegar a convertirse nuestras futuras elecciones.
No faltará quien me tilde de paranóico, pero es innegable que el agrio suceso se presentó y que alimenta este tipo de temor. No obstante, este domingo madrugaré y votaré nuevamente y con mayor determinación. Espero que igual obren la inmensa mayoría de colombianos.
Este domingo, después de que elijamos a los integrantes de un congreso que administrará nuestro futuro durante los siguientes cuatro años, se dará inicio a una contrarreloj para la decisiva elección presidencial. Al caer la tarde de este domingo se barajarán y repartirán las cartas.
Al fin podremos todos concentrar nuestras fuerzas para que el atentado democrático que padecimos los colombianos el año pasado se convierta tan sólo en una desabrida vivencia y no en una norma que comience a regir el destino.
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