Ninguna rama del derecho conserva la notoriedad que tiene y logra el derecho penal, incluso podemos decir que pocas profesiones generan la controversia que despierta la defensa de una persona desde lo legal.
Ser penalista no es fácil en un país donde la doble moral, el gozo con el castigo y con el mal del prójimo son deporte nacional.
Periodistas, opinadores y personas en general vilipendian al penalista a diario por el solo hecho de ejercer esta bella profesión.
El penalista es una especie diferente, con mente fuerte y corazón enorme, sensible, leal, poderoso y sobre todo comprometido con la defensa de su cliente. El abogado que quiera ser llamado defensor debe saber que primero está la protección de su cliente, protección que debe lograr usando todos los recursos de ley, gústele a quien le guste.
El país debe entender una cosa: todo ciudadano tiene derecho a ser defendido dentro del marco normativo, no puede haber ciudadanos de primera y segunda categoría, no pueden depender de su corriente ideológica, independientemente de la que sea, para que su defensa sea buena, mala o satanizada.
En nuestra profesión existen personas bandidas sin ética y por ello han sido sancionadas, como debe ser, pero quienes ejercemos la defensa de personas somos solo eso: defensores.
Sé que hablo por muchos. Poco importa los argumentos de quienes, apelando a su doble moral, piden cárcel para unos y guardan silencio frente a la impunidad de otros. Quienes atacan a los penalistas son quienes estúpidamente nos confunden con nuestros clientes, ustedes señores cuando nos necesiten aquí estaremos para defenderlos con alma, corazón y vida y a pesar de todo, cuenten con nosotros.
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