El triunfo de la decencia

Luis Felipe Barrera

La victoria de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos representa un punto de inflexión, no solo para la primera potencia global, sino para todos los demócratas del mundo. El fin de la era Trump simboliza una oportunidad para exorcizar los peores males y vicios que se habían apoderado de la política norteamericana y que contagiaban a líderes políticos de otras naciones.

La tensión a la que Trump llevó a las instituciones democráticas de su país, era insostenible. Apelar al insulto, la mentira y el odio como artillería de su retórica agresiva y populista, dividió a la sociedad estadounidense y desplomó la legitimidad de la figura presidencial. El desprecio hacia la ciencia en medio de una pandemia, el negacionismo sobre el cambio climático, los ataques directos a la prensa libre, el muro en la frontera de México y el apoyo abierto a colectivos violentos y supremacistas raciales, son solo una muestra del nivel de degradación al que llegó el ejercicio del poder en la Casa Blanca.

La elección de Joe Biden y Kámala Harris es un bálsamo de sensatez y decencia para el planeta. Constituye un giro hacia un tipo de liderazgo responsable, con empatía, discernimiento y que interpreta mejor los desafíos que demanda la gestión del COVID-19, la reactivación económica, la protección del medio ambiente, la situación de los migrantes, la creciente conflictividad social y el retorno al multilateralismo en las relaciones internacionales. Desde ya se enfrentan al reto de unir a su país y proyectar una mejor versión del liderazgo norteamericano ante el mundo.

Que Kámala Harris sea la primera vicepresidenta de Estados Unidos, afroamericana hija de inmigrantes, reafirma el papel protagónico que está asumiendo la mujer en la conducción y dirección de las políticas en los estados democráticos. Su irrupción inspirará a más mujeres, jóvenes y niñas a surgir, rompiendo estereotipos y atreviéndose a liderar diversas causas, convirtiéndose así en una fuerza creativa y transformadora imparable. Y es que esa debe ser precisamente una de las principales virtudes de un líder político, saber inspirar, edificar y movilizar a sus seguidores mediante el ejemplo, sacando lo mejor, nunca lo peor de sus conciudadanos, para no convertirse jamás en un pozo de odio y de rencor para los demás, como lo terminó siendo Trump. Afortunadamente esa pesadilla terminó.

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