El infierno en vida

Rodrigo Fernández Chois

Durante la Cuarentena he salido de casa unas cuantas ocasiones: para comprar alimentos y trámites bancarios. Y cada vez que me aventuro a la calle, la sensación de desdicha que me arremete es profunda.

Ver a los transeúntes con sus tapabocas, caretas, guantes y cuanto artilugio se ha inventado para evitar el contagio del virus es desolador.

¡Que patética se ha convertido nuestra realidad! Para una especie inteligente que gustaba agradar y satisfacer todos sus sentidos, que se comunicaba en mayor medida de forma gestual y corporal que oral, las normas de interrelación que rigen hoy son una verdadera agonía.

Y es más atormentador en mi caso particular por ser un admirador de la belleza facial femenina y del encantador arte del maquillaje que ellas han sabido perfeccionar.

Para los economistas una prolongada esperanza de vida es algo muy positivo. Se basa en la premisa de que estar vivo es mejor a estar muerto, aunque Sócrates expresó que quien pensaba así se daba por sabio sin serlo. Pero, suponiendo que esta premisa sea verdad; una cosa es vida y otra, muy distinta, calidad de vida.

Y la realidad que estamos experimentando es todo menos eso… ¡Calidad de vida!

¿Valdrá la pena vivir sin poder besar, sin poder bailar, sin poder reírnos, abrazarnos y estrechar nuevamente nuestras manos?

Creo que es imperativo para garantizar la calidad de vida del actual ser humano buscar por todos los medios posibles que se genere la “inmunidad de rebaño”.

Condenar al planeta entero a una era de bio puritanismo extremo y aislamiento social basados en el temor de contagio es literalmente el infierno en vida.

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