Soy de ascendencia china. Chois es el apellido de mi madre, nieta de uno de los primeros chinos que llegaron al país por el puerto de Buenaventura buscando sueños que sólo un nuevo mundo podía ofrecer… ¡Y realizó muchos!
Un octavo de mi sangre proviene de una de las civilizaciones más antiguas del mundo. Matemáticamente, en un doce y medio por ciento soy amarillo, aunque no luzca ojos rasgados. Sin embargo, a pesar de ser una proporción muy pequeña de todo mi ser, sentía gran orgullo por estar de alguna manera relacionado con la hermosa filosofía confusionista y taoísta. La primera, avocando por un armonioso orden cósmico natural; la segunda, por la eterna dialéctica constructiva de dos fuerzas eternamente enfrentadas: el Ying y el Yang; que en su exquisita disparidad, consolidan el equilibrio del gran todo.
Profesaba también gusto de pertenecer, así fuera por esa pequeña proporción, a la inteligencia que nos legó el papel, la pólvora y la seda; por sólo nombrar tres de las invenciones que nos aportaron y que revolucionaron todo el planeta.
Pero hoy, las otras siete octavas partes de mi cuerpo sienten inmensa rabia con esa fracción oriental de mí. Y si bien, es injusto culpar a todo el pueblo chino de la calamitosa maldición por la que estamos atravesando, sí es sensato reconocer que hay responsabilidades alrededor del laboratorio de donde “se escapó” el virus.
Una de mis octavas partes, la de origen español, condena a la nación de su otra igual con un refrán popular de la lengua de Cervantes: “China ha borrado con el codo lo que había escrito con su mano”.
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