Llega febrero con San Valentín, fiesta cada vez más celebrada por nuestra población tan adepta a las importaciones culturales. ¡Corazones siempre serán bienvenidos sin importar el mes! Pero también para febrero nos amenaza con un nuevo paro nacional. La sola idea me conturba, ya que tengo frescas las imágenes y el desasosiego que causó el pasado en medio de la post cuarentena.
Por sanidad mental y desengaño opté por no volver a apasionarme con temas políticos. De hecho, he llegado a la triste conclusión que la corrupción, que es el gran mal que orbita alrededor de la clase política, no tiene ideología, género, edad; y como dice la canción: tampoco horario ni fechas en el calendario. Ah, pero por esta actitud siempre habrá quien me saque en cara al filósofo Platón y la lapidaria sentencia que escribió en su República: “Aquel que no se interesa en política será gobernado por los peores”.
Puede ser… Pero mi interés y responsabilidad llega hasta la acción de votar fiel a mis convicciones. Y he concluido que tal acción es similar a la del buen católico o cristiano cuando con devoción y confianza entrega el diezmo. Que el pastor o iglesia haga y deshaga con estos recursos es otro problema y no altera para nada la premisa divina que hay detrás de la dádiva. Así ocurre a mi parecer con el voto.
No me agrada la idea de nuevos paros sean promovidos por quienes sean. La inmensa mayoría –que nunca ha medrado de la teta oficial- sólo anhela que la dejen trabajar y que le garanticen las condiciones mínimas de seguridad y estabilidad para hacerlo.
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