Cali, noviembre 6 de 2025. Actualizado: jueves, noviembre 6, 2025 16:04
Existen dos tipos de invitados: los que llegan, saludan, comen, agradecen y se van… y los otros.
Los que llegan sin avisar, se acomodan como si pagaran arriendo y desaparecen emocionalmente solo cuando ya oscureció. Son esa especie en vía de proliferación conocida como el auto-invitado profesional.
El auto-invitado no necesita invitación: la crea. Detecta eventos, reuniones, almuerzos y planes con una intuición sobrenatural.
Puede oler una parrillada desde tres barrios de distancia. Llega diciendo “pasaba por aquí” y se queda hasta que ya no queda ni hielo. Si es muy osado, incluso se lleva comida “para después”.
Tiene varias modalidades. Está el Auto-invitado Nostálgico, que siempre dice “hace tanto que no nos vemos” y usa la excusa de la amistad para quedarse toda la tarde.
El Práctico, que “ayuda” a servir para justificar su permanencia. El Espiritual, que llega “solo un ratito” pero se queda hasta que alguien apaga la música.
Y el Desapegado, que no lleva nada pero se lleva todo: tu energía, tus vasos y tu paciencia.
Estos personajes tienen talento. Saben integrarse al ambiente sin ser detectados. Se sirven con confianza, opinan como anfitriones, abren la nevera sin pudor y se acomodan en el sillón preferido. Si hay reunión, llegan; si no hay, la inventan.
Y cuando por fin uno empieza a insinuar el cierre, ellos resisten. Se despiden en cámara lenta. “Bueno, ya me voy” puede durar 45 minutos.
En ese tiempo cuentan anécdotas nuevas, abren otro snack y dicen “solo una más y me voy”. Spoiler: nunca se van.
El auto-invitado moderno también prolifera en versión digital. Es el que se mete en llamadas grupales sin que nadie lo agregue.
El que comenta “¿y yo cuándo?” cada vez que subes una foto con otros amigos. El que se aparece en fiestas donde no lo esperabas y dice “yo pensé que era abierto”.
Detrás de su comportamiento hay algo simpático, aunque desesperante. En el fondo, no busca molestar: busca pertenecer. Es la manifestación humana del miedo a quedarse fuera.
El auto-invitado es el que teme perderse la diversión, el momento, el vínculo. Es el “FOMO” con patas.
Pero la convivencia con ellos requiere estrategia. Los anfitriones más experimentados desarrollan métodos sutiles: empezar a lavar platos como señal de cierre, bajar la música lentamente o soltar el temido “mañana madrugo”. A veces, ni eso funciona. Hay auto-invitados inmunes al cansancio ajeno.
Aun así, hay que reconocerles algo: le dan vida a los encuentros. Son espontáneos, conversadores, impredecibles.
Cuando llegan, el ambiente cambia. Aunque al final te dejen agotado, también te dejan historias. Sin ellos, los planes serían demasiado tranquilos.
Quizá, en un mundo tan individualista, su exceso de cercanía es una forma de cariño torpe. Llegan sin pedir permiso porque sienten que tienen derecho a estar.
Y, aunque sea un poco invasivo, también es una señal de confianza.
Así que, si tienes uno en tu grupo, quiérelo igual. Aprende a ponerle hora de salida, pero no lo saques del corazón. Y si descubres que tú eres el auto-invitado… bueno, al menos lleva postre.
Porque, al final, entre los que nunca confirman y los que nunca se van, lo importante es que seguimos intentando estar juntos.
Y en una época donde todos viven corriendo y conectados por pantalla, eso, aunque sea caótico, sigue siendo la mejor noticia.
Este artículo fue elaborado por un periodista del Diario Occidente usando herramientas de inteligencia artificial.
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