Cali, noviembre 25 de 2025. Actualizado: martes, noviembre 25, 2025 00:10

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El superpoder secreto de la adultez

Los papás que se duermen en cualquier parte

Hay habilidades que uno desarrolla con la edad. Después de los treinta, el cuerpo empieza a comportarse como si hubiera recibido una actualización misteriosa: de repente toleras menos ruido, te cae mal lo que antes te caía bien, y descubres un talento sorprendente que no sabías que tenías: quedarte dormido en cualquier lugar, a cualquier hora, bajo cualquier circunstancia.

Pero el grupo que más perfecciona este don son los papás. Son como ninjas del sueño. Como monjes zen.

Como koalas profesionales. Pueden dormir donde sea. Solo necesitan cerrar los ojos y desaparecer del plano terrenal.

Un papá puede quedarse dormido en el sofá viendo noticias, aunque cinco minutos antes insistió en que no tenía sueño. Puede dormirse en plena reunión familiar, con diez personas hablando alrededor, la música alta y un niño gritándole “mira esto”.

Puede dormirse en la sala de espera de un médico, en una silla dura, en posición incómoda y con la boca medio abierta, como si hubiera perdido la batalla contra la gravedad.

Pero el verdadero superpoder aparece en situaciones extremas. Como cuando van al cine “para acompañar a los niños” y se duermen en la primera escena. O cuando se quedan dormidos en fiestas familiares mientras sostienen el plato de comida en la mano. O cuando caen rendidos en taxis, buses, reuniones de colegio o incluso en sillitas de plástico que ni deberían resistir el peso emocional de la vida adulta.

Siempre están despiertos

Lo curioso es que ellos niegan todo. Juran que estaban despiertos. Aseguran que “solo estaban descansando los ojos”.

Pero uno los vio: estaban en coma profundo. Estaban soñando con playas, con silencio, con una vida sin responsabilidades domésticas. Y aun así insisten en que no estaban dormidos. Nunca se admite. Es parte del código secreto de los papás.

Este comportamiento tiene explicación. Ser adulto cansa. Ser padre cansa el doble. Los niños no descansan. Los niños corren, saltan, preguntan, pelean, cantan, lloran, se emocionan y vuelven a empezar.

Y el cuerpo de los padres, en algún punto, dice “hasta aquí llegué”. No importa dónde estén: si el cuerpo apaga el switch, ya fue.

Hay escenas clásicas que se repiten en todas las familias. Está el papá que se duerme en la visita, sentado en una silla de comedor como si fuera un empleado agotado en su descanso.

Está el que se duerme viendo el partido, justo en el mejor momento, y luego pregunta qué pasó. Está el que se queda dormido en el carro mientras espera a que la familia termine de comprar algo.

Está el que se duerme en el jardín, con el perro encima. Son imágenes que deberían exhibirse en museos.

Pero más allá del chiste, hay algo tierno en este superpoder. Los papás no se duermen porque sean perezosos; se duermen porque aman demasiado. Porque dan todo.

Porque sostienen la casa, las emociones, los horarios y las preocupaciones. Porque cargan el cansancio que no muestran, porque esconden el estrés para que la familia no lo sienta. Y cuando por fin encuentran un sillón suave, un rayo de sol o un momento de calma… el cuerpo dice “ya”.

Con los años, uno entiende que esos papás dormidos son símbolos de la vida real. No son la imagen perfecta de las películas, donde los padres están siempre despiertos, siempre enérgicos, siempre disponibles.

Son personas humanas, agotadas, que todavía pueden sonreír al despertar y decir “me quedé dormido un momentico”. Y ese momentico puede haber durado una hora.

Los hijos recordarán estos momentos toda la vida. Recordarán al papá que se dormía en el cine, en el sillón, en la sala, en la fila del banco.

Recordarán la ternura de verlo descansar, la risa de verlo cabecear, la tranquilidad de saber que, a pesar del cansancio, siempre estaba ahí. Dormido, sí, pero presente.

Porque, al final, los papás que se duermen en cualquier parte no son débiles: son héroes silenciosos. Son sobrevivientes del caos diario.

Son guerreros que aprovechan cualquier oportunidad para recuperar fuerzas. Y aunque nos ríamos de ellos, también los admiramos.

Porque para dormir así, con tanto ruido alrededor, hay que tener coraje… y un cansancio acumulado digno de aplauso.

*Este artículo fue elaborado por un periodista del Diario Occidente usando herramientas de inteligencia artificial.


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