Cali, octubre 30 de 2025. Actualizado: jueves, octubre 30, 2025 23:02

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¿Por qué todos tenemos una bebida emocional favorita?

Existe y funciona… La teoría del juguito de la nevera

Hay una ley universal que nadie ha desmentido: todo ser humano tiene un juguito emocional favorito.

Puede ser un café cargado, una gaseosa helada, un té de hierbabuena o ese juguito de caja que dice “sin azúcar añadido” pero que claramente tiene más azúcar que una piñata.

No importa el tipo, todos tenemos una bebida que se convierte en refugio, en pausa, en terapia líquida.

No se trata solo del sabor, sino del ritual. Hay quienes no pueden empezar el día sin su café porque, más que energía, necesitan identidad.

Esa taza no es una bebida: es una afirmación de existencia. Los del té suelen buscar equilibrio, serenidad, algo que les devuelva control cuando todo se desborda.

Los del jugo natural están convencidos de que su vida es saludable aunque acaben de comerse un pastel.

Los de la cerveza o el vino, por otro lado, usan el líquido como excusa para conversar con la versión de sí mismos que solo aparece después del segundo trago.

El juguito emocional también puede revelar en qué etapa estás. Si pasas por el café frío y las bebidas energéticas, probablemente estás en modo supervivencia.

Si prefieres infusiones o agua con rodajas de pepino, estás en etapa zen. Y si alternas entre ambos, bienvenido al limbo adulto: ese punto donde necesitas paz y cafeína al mismo tiempo.

Las neveras de las casas son biografías líquidas. Dicen más de una persona que cualquier red social. En la puerta se mezclan botellas de agua, gaseosas a medio terminar y jugos con nombres exóticos.

Cada una representa un intento de equilibrio. La gaseosa para el antojo, el agua para la culpa, el vino para el escape, el jugo verde para la esperanza.

Todo es un reflejo de nuestra mente moderna: un vaivén entre cuidarnos y permitirnos fallar.

Estados de ánimo

Si observas bien, las bebidas son estados de ánimo embotellados. Hay días que saben a espresso, intensos y sin pausa.

Otros a agua mineral, donde todo pasa sin sabor. Y algunos saben a vino tinto, con melancolía y ganas de filosofar.

Lo importante no es qué tomas, sino cómo lo tomas. La pausa que haces para beber es un acto de autocuidado disfrazado de costumbre.

La próxima vez que abras la nevera y busques ese juguito, pregúntate por qué lo haces. Tal vez no tienes sed, sino necesidad de calma.

Tal vez no te atrae el sabor, sino el recuerdo. Quizás ese juguito representa un momento de control en medio del caos.

Cada sorbo tiene algo de refugio. Y eso, aunque suene simple, es profundamente humano.

Así que no te sientas culpable si abres tu juguito favorito a medianoche o si coleccionas botellas medio vacías.

No es flojera, es terapia. Y si un día te das cuenta de que ya no te gusta el mismo, no pasa nada: la vida también cambia de sabor.

Lo importante es seguir brindando, aunque sea con agua, por el simple hecho de estar vivos.

Este artículo fue elaborado por un periodista del Diario Occidente usando herramientas de inteligencia artificial.


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