Cali, septiembre 10 de 2024. Actualizado: martes, septiembre 10, 2024 11:34

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La escritora Carmiña Navia Velasco comenta la nueva edición de este clásico de Gustavo Álvarez Gardeazábal

El fin del mundo en Dabeiba

Carmiña Navia Velasco

Una de las ventajas que tiene la salida de la Biblioteca Álvarez Gardeazabal que está editando “Intermedio” es que nos invita a releer la obra de este autor, siempre novedoso y siempre vigente. Su lectura es definitivamente una incursión en profundidad en la antropología de los pueblos colombianos. Ninguna mirada nos habla con tanta exactitud sobre ese devenir tragi-cómico de tantos pueblos de nuestro país. En esta novela, por estos días reeditada, finalista del Nadal en 1971, desde la primera página sabemos que el pueblo va a ser arrasado por una desgracia y desde esa certeza nos metemos a fondo en sus casas, en sus calles, y en las vidas de sus habitantes que miran detrás de las puertas y ocultan morrocotas y secretos.

El verdadero protagonista de estas páginas es el pueblo de Dabeiba, que puede ser ese o cualquier otro, como lo demuestra, el traslado de personajes o nombres de calles, desde el Tuluá desde Cóndores no entierran todos los días, hasta la Dabeiba de la montaña, en este otro mundo ficcional. Como lectores el narrador nos pasea por distintos actores y desde ellos vamos tejiendo el acontecer y la realidad de los días que conforman la vida diaria de estas gentes. Recorremos las calles en pos de las inyecciones de Mélida que por ironías del destino es testigo de todas las vidas pero es sorda y por tanto no se entera de la mitad de las cosas que ocurren a su alrededor.

Los días transcurren con una exactitud de reloj y la voz narrativa los detalla con absoluta nitidez:

Cuando acabó, Betsabé se había levantado a hacer las arepas; Carmelita estaba sentada en la silla del corredor; don Alfonso seguía leyendo seguro de no dormirse; Estercita dormía con sus oídos taponados, su almohada sobre el rostro las puertas trancadas y despreocupación general; don Baltazar daba los últimos brincos sobre el piso y se sentaba encima de su mujer amarrada. María Luisa dormía el frío de la fiebre y Misiá Josefina Jaramillo esperaba bajo su paraguas el momento cumbre de Dabeiba.

La ironía sutil del discurso nos transporta a un mundo que podría ser irreal si no fuera porque los recursos del escritor no permiten a nadie dudar de estos personajes que tienen apellido, oficio, y todo tipo de detalles posibles para hacerlos auténticos en cualquier realidad.

Pero el verdadero rostro de Dabeiba y sus habitantes se devela definitivamente cuando nos enfrentamos al fin del mundo y sus avatares que sorprende a todos de improviso y con diferentes angustias. Rotundamente la destrucción del pueblo coincide con la muerte de María Luisa, la chismosa que registra en sus intrigas cada detalle del desarrollo de los acontecimientos. De alguna manera podemos decir que la novela invita a una reflexión sobre la muerte, sobre cómo cada unos reacciona frente a la única realidad de la cual hay una certeza absoluta y total. Ante la inminencia del fin cada uno reacciona como puede y trata de salvar sus ocultos tesoros, esos que capturan el corazón y manejan los deseos.

Así el narrador nos invita a seguir los diferentes pasos de los “moribundos”: Alfonso Pineda trata de recuperar la poca dignidad que le quedaba, las Gardeazabal salvan sus loras y gallinas, Aníbal Lozano el retrato de su amado Ernesto, Hernandito Rodríguez sus morrocotas y huacas… El Padre Ocampo al no poder salvar a su sobrina termina por perder los últimos atisbos de fe que le quedaban y que se fueron desgastando en la languidez de una parroquia que nunca lo acabó de apreciar, aceptar o entender.

En estas últimas horas que viven o piensan que viven los habitantes de Dabeiba asistimos al interior del corazón humano, siempre frágil, siempre vulnerable que no acaba de aceptar ni entender la finitud de sus días. La novela nos deja en el umbral de ese final y no alcanzamos a presenciar los gritos o el horror, el pánico y sin sentido… asistimos al filo de los preparativos que son los que nos develan el carácter y el miedo o resiliencia de cada uno de estos nombres con los que hemos caminado algunas páginas. En estas secuencias del final la obra de Álvarez Gardeazabal de universaliza porque esa condición de finitud la llevamos todos los humanos inscrita en nuestro ADN:

En cualquier momento, la muerte irrumpe, y la perdida de las personas que amamos [en este caso también las cosas] transforma radicalmente nuestra existencia. A partir de entonces ya nada volverá a ser lo mismo. Las heridas de la ausencia quedan marcadas en nuestros cuerpos. (Joan-Carles Mèlich: LA SOMBRA DE LO INCIERTO).

Definitivamente la invitación es a leerla, a imbuirnos de sus páginas que es como bucear en la condición pueblerina que como colombianos tal vez tengamos todos escondida. Pero es igualmente bucear en nuestra condición humana de mortales.


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