Cali, noviembre 9 de 2025. Actualizado: sábado, noviembre 8, 2025 00:09

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El arte de ignorar mensajes: la nueva forma de amor moderno

“Si me escribió a las 2:00 p. m., le contesto a las 3:17 para no parecer desesperado”

Antes, las cartas tardaban semanas en llegar. Las llamadas se hacían desde teléfonos públicos. Esperar respuesta era parte del encanto del amor.

Hoy tenemos notificaciones, doble check, estados en línea y respuestas automáticas. Y aun así, nunca habíamos ignorado tanto. En plena era de la hiperconexión, contestar se volvió un acto opcional. Ignorar, en cambio, es todo un lenguaje.

Responder un mensaje parece fácil, pero no lo es. Requiere voluntad, energía y, sobre todo, ganas. En una época en la que todo el mundo puede hablarte, elegir a quién responder es casi un ejercicio espiritual.

La nueva generación ya lo entendió: ignorar no es descuido, es autocuidado.

Vivimos tiempos curiosos: tenemos la tecnología para estar disponibles todo el día, pero también el cansancio emocional de estarlo. Hay días en los que no queremos responder ni un “hola”.

La cabeza está llena, el alma está saturada y el celular vibra como si nos recordara que nunca hay descanso. En ese contexto, dejar un mensaje sin contestar es la forma más honesta de decir:no puedo más por hoy”.

Por supuesto, no todos los silencios son iguales. Existen diferentes tipos de “ignoradores digitales”. Está el espiritual, que no responde porque “necesita conectar consigo mismo”.

En realidad, lleva tres días viendo videos de cocina, pero el discurso suena mejor. Está el estratégico, que analiza tiempos de respuesta como si jugara ajedrez:si me escribió a las 2:00 p. m., le contesto a las 3:17 para no parecer desesperado”.

También está el distraído profesional, ese que abre los mensajes, los lee, los procesa, pero luego olvida que no respondió. Días después reaparece con un “perdón, te juro que te leí y se me fue”.

Y claro, no falta el fantasma emocional: el que te responde con una reacción o un emoji para cumplir sin comprometerse.

Su filosofía es “no me odies, pero tampoco me pidas más”. En la era del multitasking afectivo, todos hemos sido alguna de estas versiones.

Ignorar se volvió una especie de poder. En una sociedad que idolatra la productividad, decir “no tengo energía para contestar” es casi un acto de rebeldía.

Es una forma de poner límites en un mundo que exige respuestas inmediatas. Porque detrás del “visto” puede haber agotamiento, saturación o simplemente la necesidad de existir sin notificaciones por un rato.

Pero el problema no es solo ignorar, sino lo que pasa en el otro extremo: la ansiedad de quien espera. Antes, cuando alguien no contestaba, uno pensaba que estaba ocupado o que no había visto el mensaje.

Hoy asumimos lo peor. La mente empieza una telenovela interna:¿me está ignorando?”, “¿dije algo raro?”, “¿por qué subió una historia y no me respondió?”. El cerebro se convierte en detective emocional. Cada silencio se interpreta como desinterés, rechazo o castigo.

El chulito azul

El doble check azul, ese pequeño detalle tecnológico, cambió la forma en que nos relacionamos. Saber que alguien leyó lo que dijiste y decidió no responder activa inseguridades que antes dormían tranquilas. Lo que antes era simple desconexión ahora se vive como abandono digital.

Pero ignorar no siempre es falta de cariño. A veces es una manera de cuidar lo que queda de nosotros.

Estamos tan bombardeados de mensajes, correos, llamadas, grupos y notificaciones que ya no distinguimos lo urgente de lo importante. No responder puede ser una pausa necesaria. Un respiro entre tanto ruido.

El arte de ignorar también tiene su filosofía. No se trata de desaparecer ni de castigar, sino de seleccionar. De elegir con quién realmente vale la pena gastar energía emocional.

Porque escribir también cansa. Hay conversaciones que agotan más que una jornada laboral. Y hay personas que, sin querer, te drenan con su intensidad digital.

Por eso, cada vez más gente adopta la tendencia del “modo avión emocional”: responder cuando se tiene energía, no cuando se siente obligación.

En ese sentido, el silencio no es distancia, es honestidad. A veces, lo más sano es dejar que el mensaje repose, que el impulso de contestar pase, que las palabras se ordenen. Responder rápido no siempre es sinónimo de amor; a veces es solo reflejo de ansiedad.

El ghosting

También existe la otra cara: quienes usan el silencio como arma. El ghosting, esa forma elegante de desaparecer sin explicación, se volvió el equivalente emocional de apagar el celular durante una llamada.

No se trata de autocuidado, sino de evasión. Hay una diferencia entre tomarse un respiro y borrar la conversación entera.

Aprender el arte de ignorar implica madurez. Saber cuándo callar y cuándo responder. Entender que no todos los mensajes merecen energía y que no contestar a tiempo no te hace mala persona.

El problema no es ignorar, sino no saber por qué lo haces. Si lo haces para castigar, es manipulación. Si lo haces para descansar, es amor propio.

Tal vez el verdadero equilibrio está en responder desde la calma. No desde la culpa ni desde la presión, sino desde la autenticidad. Que cada respuesta sea un “quiero”, no un “debo”. Porque al final, las conversaciones digitales son extensiones de nuestra energía vital. No hay que estar disponible para todos, todo el tiempo.

Ignorar, bien entendido, no es indiferencia: es una forma de priorizar. Es decirle al mundo “no ahora, necesito silencio”. Y eso, en una era donde todos gritan al mismo tiempo, puede ser el gesto más amoroso que tengamos.

Así que si alguien no te responde, no lo tomes personal. Tal vez está cansado. Tal vez está pensando. O tal vez está intentando recordar cómo se vivía antes de que todo tuviera que ser respondido.

El arte de ignorar mensajes no es frialdad, es humanidad en pausa. Y quizá, en un mundo que no deja de hablar, el silencio sea la nueva forma de decir “te quiero, pero primero necesito volver a escucharme”.


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