Cuando fue elegido presidente de la República, el entonces presidente electo Gustavo Petro sorprendió a los colombianos –muy especialmente a quienes no votaron por él y a sus detractores- con una actitud conciliadora que no se le conocía.

Antes de asumir como jefe de Estado, Petro moderó el tono feroz que tuvo en campaña y sostuvo diversas reuniones que crearon la esperanza de que sería un presidente moderado, capaz de escuchar a los contrarios y de involucrar en su gobierno visiones distintas a la suya.

Sin embargo, pocos meses después de iniciar su mandato, el presidente comenzó a atrincherarse en su esquina ideológica, tiró al traste la coalición de gobierno que había construido y los temores de un Petro radical, del que tanto se advirtió en campaña, comenzaron a hacerse realidad.

Los resultados de esto en materia política y de gobierno son ampliamente conocidos; el presidente es cada vez más impopular –aunque las encuestas contratadas por la Casa de Nariño digan lo contrario- y los indicadores de gobierno, especialmente en materia de seguridad y economía, van de mal en peor.

Sin embargo, en la última semana, el primer mandatario ha dado de nuevo unas señales de moderación que no se pueden pasar por alto: se reunió con varios de los más grandes empresarios del país –entre ellos algunos que él mismo ha demonizado-, asistió al Congreso nacional de infraestructura en Cartagena, se reunió con el expresidente Álvaro Uribe para hablar de la reforma a la salud y relevó al alto comisionado de paz, Danilo Rueda.

Petro lleva un año y tres meses en el gobierno, aún le falta más de la mitad de su periodo y la actitud de la última semana lleva a preguntar si el mandatario será capaz de moderarse y buscar consensos.

Si el presidente logra acuerdos no en torno a lo que piensa, sino en torno a puntos de encuentro –lo que le implicaría concertar y ceder en posiciones, lo mismo que a sus opositores- tal vez pueda parar la caída libre en la que entró su gobierno y recomponer el camino. Ojalá.

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