Cuando Petro, pregonando el cambio, comenzó su gobierno y equilibró las cargas del miedo tradicionalista llevando a su gabinete a pesos pesados como José Antonio Ocampo, Cecilia López y Alejandro Gaviria, el consejo de ministros era automáticamente respetable.
En la medida en que sus ansias de hacer la revolución desde el gobierno se le fueron frustrando hasta llegar a declarar como lo hizo la semana pasada a El País de Madrid, que se siente un fracasado en ese propósito, Petro fue disminuyéndole el voltaje al gabinete y comenzó no a reemplazar los fusibles que quemaba por otros del mismo voltaje sino por los que le representaban compensaciones burocráticas para aprobaciones en el Congreso.
El Consejo de Ministros se fue volviendo entonces un sancocho de opciones y deslealtades, de ilusiones imprecisas y de representatividades inconexas. El caldo hirvió hasta que llegó el recalentamiento y de una manera para muchos ingeniosa, para otros libreteada de antemano, puso a sus ministros a trabajar en la reunión de gabinete televisada.
El resultado no podía ser más estruendoso y así haya servido de pretexto para replantear su composición a 15 meses del final de su mandato ,todavía no se sabe si el plato que ha quedado en la mesa es un atollado ginebrino con sabor a contratos no firmados todavía o un arroz chino donde revuelven desde salsas suaves como las de Patricia Duque a picantes arrechos e inmanejables como Armandito Benedetti.
Es posible que haya acertado. Es probable que el chismerío bogotano declare un receso para alimentarle la torpeza a la derecha bobalicona. Lo cierto es que si de acuerdo a las encuestas el problema más grave para todos los colombianos es la seguridad ,ha puesto a frentearla a un militar capaz de haberles parado el macho a los Danieles y de removerle las entrañas bugueñas a Ramiro Bejarano, quien ya lo descalificó. Pero habrá otros muchos a los que la presencia del general Sánchez nos resulta motivo de esperanza.
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