El perfil de Fico Gutiérrez, el alcalde coitofóbico, cada vez se hace más y más parecido al del marido cornudo que luego de encontrar a su mujer haciendo el amor con otro en el sofá de la sala prefiere vender el sofá que separarse de ella.
Su decreto reaccionario para tratar de impedir lo que se llamaba pedofilia según las anticuadas leyes vigentes, lo muestra tal cual es.
Por lógica si un alcalde suspende el eterno y universal ejercicio de la prostitución en determinadas áreas de su municipalidad, está convocando a que esa oferta y demanda de sexo se trastee a otros sitios de su geografía urbana.
Y si además el decreto prohibitivo no va acompañado de un esfuerzo presupuestal para aliviar sicológica y económicamente la condición de las adolescentes que se ven forzadas por la necesidad a ofrecer sus servicios sexuales ,le hace sospechar a cualquier observador del comportamiento humano que el decreto de marras ni siquiera maquilla el problema y tan solo lo deleita en la satisfacción de los incultos de sentirse poderosos porque prohíben.
Pero si revisamos el curriculum de Fico en materia de medidas reaccionarias para arrebatarle a Medellin algunas de sus ilusiones paisas de sacarle jugo económico a sus propias tragedias o a sus falencias, vemos que este decreto sigue la misma línea de cuando en su anterior mandato prohibió sacarle ventaja turística
a la figura universal del capo de capos, Pablo Escobar.
Entonces le voló con dinamita el edificio desde donde ordenó la muerte y el terror de toda una época y al que los antioqueños entucadores, pero comunes y corrientes habían convertido en un museo popular. Tampoco olvidemos que mandó detener a dos artistas reguetoneros que se atrevieron a salir en público vestidos con una de las tantas camisetas con la cara de Pablo que venden hasta en las góndolas de Venecia.
Fico sigue siendo el mismo. Como casi nunca se ha leído un libro no ha corrido el riesgo de que la cultura le modifique su pensamiento.
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