La reelección presidencial es un tema que genera intensos debates en América Latina, especialmente en países como Venezuela, donde las consecuencias han sido desastrosas.

La reelección fraudulenta de Nicolás Maduro es un claro ejemplo de cómo este mecanismo puede secuestrar a una nación y conducirla a un régimen autoritario.

En Venezuela, la reelección de Maduro no solo perpetuó la crisis política y económica, sino que profundizó la centralización del poder en una figura.

Este fenómeno debilitó la división de poderes y subordinó las instituciones a los intereses del heredero de Hugo Chávez.

La independencia judicial se convirtió en una farsa y las cortes, en lugar de ser guardianes de la Constitución, se transformaron en herramientas al servicio del tirano.

La concentración de poder en una sola figura impide la competencia equitativa y genera barreras de entrada para nuevos líderes, limitando la diversidad política y la representación de diferentes sectores de la sociedad. Esta situación no solo erosiona la democracia, sino que también fomenta un clima de polarización y confrontación política.

En Colombia, ya se vivieron las consecuencias negativas de la reelección con Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Ambos casos demostraron cómo el manejo de los recursos del Estado puede ser utilizado para favorecer la continuidad en el poder, desestabilizando el equilibrio democrático.

Y abrir la puerta a la reelección indefinida sería un error aún más grave, como lo demuestra la experiencia venezolana.

Por todo ello, es fundamental que Colombia aprenda de los errores de sus vecinos y se mantenga firme en su rechazo a la reelección presidencial.

La alternancia en el poder es esencial para mantener un sistema democrático saludable, garantizar la independencia de las instituciones y evitar la concentración excesiva de poder que lleve a un régimen tiránico.

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