Por estos días se escucha hablar de “nueva normalidad”, así es como se define la etapa posterior a la cuarentena, en la que las personas deberán reasumir sus actividades normales bajo los protocolos sanitarios necesarios para evitar el contagio del Covid-19. Como el virus no se ha ido y aún no hay ni una vacuna que lo evite ni un medicamento que lo contrarreste, y como el mundo no se puede paralizar hasta que se descubra lo uno o lo otro, es necesario adaptar la vida a la amenaza permanente de este enemigo oculto, para seguir adelante minimizando los riesgos.

Prolongar indefinidamente el aislamiento obligatorio daría lugar a una amenaza mayor que el coronavirus: el hambre, que podría llevar al mundo entero, pero en especial a países como Colombia, a un caos social incontrolable. En ese sentido, hay que confrontar las dos amenazas, la sanitaria y la económica, y reactuvar el mayor número de sectores posible con todos los protocolos para evitar la propagación del Covid-19.

Si cada persona que salga de su casa lo hace sólo cuando sea estrictamente necesario, utiliza el tapabocas o una mascarilla protectora, mantiene el distanciamiento social y aplica las medidas de higiene, y si, además, cada empresa y negocio que abra sus puertas extrema las medidas de protección y desinfección, podremos entrar en esa “nueva normalidad” de manera segura.

En esta fase, si bien el Estado debe estar vigilante del cumplimiento de los protocolos de prevención, su papel debe estar más enfocado en garantizar que el sistema de salud cuente con la capacidad de brindarle atención oportuna a quienes contraigan la enfermedad. El cuidado para evitar el contagio debe ser más una responsabilidad personal, esa es la “nueva normalidad”.

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