El pasado fin de semana hubo una nueva pintatón en Cali, los muros que semanas atrás habían sido objeto de una actividad similar y posteriormente cubiertos con color gris, nuevamente fueron pintados con coloridos mensajes, alusivos a la protesta social, esta vez en una actividad coordinada por las autoridades locales, con el propósito de poner fin a la “guerra de pintura” desatada entre dos sectores de la ciudad.

Esta intención apunta en la dirección indicada, en el sentido en que son las autoridades las que deben coordinar la expresión a través de murales en la ciudad, pero es necesario asegurarse de que sean todas las visiones las que se manifiesten por medio de estas pinturas, no una sola, pues, como ocurrió nuevamente, muchos caleños no se sienten identificados con lo plasmado en las paredes en la actividad del fin de semana pasado.

La ciudad es de todos y, por lo tanto, las expresiones muralistas, por realizarse en espacios públicos, deben hablarles a todos e incorporarlos a todos, pues deben ser un reflejo de la multiplicidad de visiones que se tienen en una metrópoli tan diversa como Cali.

Lo contrario, que sea una sola forma de ver la que se plasme en los muros, genera una sensación de desconocimiento entre quienes no se ven representados en estos mensajes y alimenta las divisiones y las tensiones.

Si los murales no representan a todos, este asunto se volverá una eterna puja entre el derecho a la expresión de unos y el derecho a la réplica de otros, y la ciudad seguirá en un tensionante y peligroso juego de nunca acabar, en el que unos tapan lo que pintaron otros, como si pintando sobre unos dibujos o unas letras se borrara también el pensamiento ajeno.

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