Difícil, por no decir imposible, resulta comprender la actitud de los voceros de las Farc, que mientras están sentados en la mesa de diálogo de La Habana, Cuba, instalada supuestamente para negociar un acuerdo que permita ponerle fin al conflicto en Colombia, dan muestras de querer todo lo contrario a la paz.

El comunicado emitido por los negociadores del grupo armado ilegal, en el que sin ruborizarse anunciaron que seguirán secuestrando miembros de la Fuerza Pública, es otro golpe de las Farc al proceso, ya deslegitimado y desacreditado por la actitud arrogante de la guerrilla, el incumplimiento de la tregua unilateral, que no fue más que un anuncio, pues no pararon los ataques, y por mentiras, como la negación del secuestro de civiles, el narcotráfico y el despojo de tierras.

Si la intención de las Farc es el fin del conflicto, ¿por qué no dan muestras de voluntad de paz?

Pero si resulta difícil entender a la guerrilla, es más complejo aún comprender al Gobierno Nacional, que ha sobrepasado los límites de la tolerancia y al persistir en la negociación con un grupo armado ilegal que insiste en el terrorismo, el narcotráfico y el secuestro, está reeditando el modelo fracasado del proceso de paz de San Vicente del Caguán. Los diálogos de La Habana se están pastranizando.

A este paso, cada vez será más difícil para el Gobierno Nacional justificar ante los colombianos la continuidad de los diálogos con la guerrilla, que ayer secuestró a tres ingenieros en el Cauca, aunque se había comprometido a no plagiar más civiles. Antes de viajar a Cuba, el jefe negociador de Colombia, Humberto de la Calle, dijo que las Farc deben decir si quieren la paz, para no perder más tiempo, pero más allá de una simple declaración, lo que se le debe exigir al grupo armado ilegal son hechos, como la renuncia, sin ningún tipo de condiciones, al secuestro y al terrorismo. Sólo así se podría creer en las buenas intenciones de los guerrilleros.

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