Producir un bulto de papa, incluyendo el valor del transporte hasta el punto de comercialización, puede costar más de $30.000, pero en la actualidad lo están comprando a $8.000. La situación ocasionada por el covid-19, que disminuyó el consumo de este alimento, precipitó una crisis que se venía configurando desde hace varios años, con el aumento gradual de las importaciones de este tubérculo, que se multiplicaron por seis en la última década, pasando de cerca de nueve mil toneladas en el año 2009 a casi 59 mil en 2019.
La falta de capacitación, asistencia técnica y de una cadena de comercialización y transformación del producto, no permite que los campesinos colombianos compitan en igualdad de condiciones y, si bien el Gobierno Nacional, ante la actual coyuntura, anunció incentivos por $30.000 millones para los productores de papa, esta medida será un alivio temporal y no solucionará el problema de fondo, que es la falta de agroindustria.
Hay que tener una visión disruptiva y perderle el miedo a la industrialización del campo, que se debe ver como una gran oportunidad. Si en el caso de la papa, por ejemplo, se consolida una organización que maneje la cadena de transformación y comercialización del producto, se podría garantizar a los cultivadores la compra de sus cosechas a un precio justo.
Hoy, por ejemplo, la papa colombiana no puede competir en el mercado internacional porque no cumple los requisitos fitosanitarios para la exportación, algo inconcebible a estas alturas.
Mientras el campo colombiano, en general, no se organice como una industria, competir contra la globalización va a ser muy difícil. El Estado debe fomentar este proceso, con incentivos para la apertura de procesadoras de frutas y verduras que les compren sus cosechas a los campesinos.
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