Lo ocurrido con el covid-19 en diciembre debe servir como experiencia para adoptar medidas que impidan que, como ocurrió con las celebraciones de fin de año, otras fechas especiales propicien aglomeraciones que disparen los contagios y las muertes por el virus.

El desconocimiento de los protocolos de bioseguridad en Navidad y fin de año, especialmente las reuniones y las fiestas, propiciaron el segundo pico de la pandemia en nuestro país, con reportes diarios que llegaron a superar los 14 mil contagios y las 400 muertes; el sistema de salud estuvo a punto de colapsar, pues en ciudades como Cali la ocupación de las unidades de cuidados intensivos llegó a estar casi al 100%.

En ese sentido, hay que planear desde ya cómo será la Semana Santa, pues en las actuales condiciones sería irresponsable realizar actos religioso masivos, así sean en espacios abiertos, como las procesiones, y en el caso de los templos se debe limitar el aforo.

Hay que considerar que los adultos mayores son la población que más acude a las actividades religiosas, y aunque se espera que en la primera semana de abril ya estén vacunadas todas las personas mayores de 80 años, el grueso de la población no habrá recibido el inmunizante para esa fecha. Lo responsable con la feligresía es que las iglesias apelen a la virtualidad.

En cuanto al turismo, indispensable para el sustento de miles de familias, es necesario que se permita con estrictos controles para verificar el cumplimiento de los protocolos de bioseguridad y con regulación de los aforos, para evitar que dos semanas después las UCI estén a reventar.

Planear desde ya la Semana Santa permitirá adelantarla con responsabilidad y de una manera que ni los actos de fe ni la salud ni la economía se afecten.

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