Si bien la reducción de los homicidios debe celebrarse, hay que reconocer que se queda corta.

No cabe duda de que la disminución en los homicidios registrada en Cali en lo corrido de 2014 frente al mismo período del año anterior es significativa, sin embargo, es tan grande el problema que la reducción no es suficiente, pues la capital del Valle del Cauca sigue siendo la ciudad con más muertes violentas en Colombia.

La reducción de 554 casos sigue siendo poco al lado de los 1.229 homicidios registrados en la ciudad durante los diez meses transcurridos, algo que lleva a cuestionar la efectividad de las medidas, pero sobre todo las explicaciones que entregan las autoridades, que califican la mayoría de los casos como hechos aislados, tratando de vender la idea de que la violencia afecta principalmente a quienes se mueven en el mundo del hampa y representa un peligro mínimo para los ciudadanos de bien.

Sin embargo, las catorce personas que han muerto por balas perdidas este año y casos como el del periodista deportivo John Jairo Patiño, que resultó herido en medio del tiroteo de un ataque sicarial que dejó un muerto en el barrio El Seminario, evidencia que la vulnerabilidad es para todos, no solo para los objetivos de los matones, sino para quienes tengan la mala suerte de estar en el sitio en el que algún pistolero ejecute una ‘vuelta’.

Es por ello que pese a la disminución en las muertes violentas, la percepción de inseguridad mantiene su tendencia hacia arriba, pues de nada vale la teorización sobre los homicidios, cuando en la realidad los ciudadanos sienten que también pueden ser víctimas, aunque nada tengan que ver con actividades delincuenciales.

Es un asunto complejo, claro, que no se soluciona de un día para otro; pero los caleños empiezan a cansarse de las explicaciones y a reclamar acciones concretas que permitan que la tranquilidad regrese a Cali.

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