Estamos a menos de un mes y medio de las elecciones del 29 de octubre y, lamentablemente, lo que debería ser un período de debate vibrante y presentación de propuestas se ha convertido en Cali en una pelea de escándalos y desprestigio. En vez de destacar sus méritos y visión de ciudad, algunos candidatos optan por ensuciar la imagen de sus adversarios.

Esta tendencia no es exclusiva de nuestra ciudad, es un fenómeno que socava la confianza de los ciudadanos en el proceso electoral y desvía la atención de los asuntos cruciales hacia rumores y mentiras. El enfoque en los escándalos y las artimañas políticas está dejando de lado lo que realmente importa: las ideas y propuestas para mejorar la vida de los ciudadanos.

Lo más preocupante es que esta política de desprestigio no solo desvía la atención de las propuestas, sino que también aleja a los ciudadanos de la participación política, pues en lugar de sentirse inspirados por líderes que buscan el bien común, muchos se sienten desencantados y desconfiados del proceso electoral, lo que los lleva hacia la abstención.

Los estrategas detrás de estas tácticas maquiavélicas deben entender que la gente ya no es tan ingenua como solía ser. Las artimañas y ataques personales se han vuelto predecibles, y los ciudadanos han desarrollado anticuerpos contra la campaña sucia.

“Coincidencialmente” en tiempo de campaña abundan las denuncias que no se hicieron en el momento debido, lo que evidencia la intención politiquera de quienes las formulan. No se trata de callar irregularidades que puedan involucrar a candidatos, pero es claro que en la mayoría de los casos se trata de información difundida con la intención de manipular al electorado.

Los caleños merecen un debate serio y respetuoso, y líderes que estén dispuestos a inspirar con el ejemplo.

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