Todo por amor

Rodrigo Fernández Chois

Es innegable el atractivo que suscitan los escándalos alrededor de la denominada “realeza”. Es un interés que hechiza particularmente a los habitantes de estas colonias alejadas de tan prepotentes tronos. No sabría decir qué es exactamente lo que nos seduce de los chismes e intrigas que giran en torno a la monarquía mar allende.

Puede ser nuestra infantil exposición a los cuentos de hadas en los que nunca faltaron príncipes o princesas; o por causa de las producciones del séptimo arte que dan cuenta de las malicias que engendran egoístas reyes. O incluso, si se quiere, por el contraste que suscitan nuestros dictadorzuelos latinoamericanos o capos venidos a reyes, quienes terminan siendo de quinta al compararse con la verdadera majestad.

En fin, sea la causa que sea, “el paso atrás” que dieron el príncipe Harry y su esposa al renunciar a sus títulos de Alteza Real fue el anti cuento de hadas por estos días.

Renunciar a un principado por amor es digno de admiración. Oigo el “Hagámoslo todo para uno y todo por amor” coreado por Bryan Adams, Sting y Rod Steward. Pero ¿si en lugar de un principado hubiese sido la Corona Real? ¿También el “todo por amor” vale?

Hace más de ochenta años en el Palacio de Buckingham las flechas de cupido crearon caos. En esa ocasión no fue un príncipe el que abdicó sino todo un rey. Aristóteles escribió que todo el que ansía una corona no sabe el peso que tiene. El rey de esta historia sabía algo más importante: sin el apoyo de la mujer que amaba, así su corona fuese liviana, seria insoportable.

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