Diario Occidente

Selección Colombia

Víctor Manuel García

Definitivamente nuestro país se caracteriza, entre otras cosas, por una efervescente pasión por la selección colombiana de fútbol, claro está que no al nivel demostrado históricamente por argentinos, uruguayos e incluso los brasileños, pero si lo suficiente para que en cada partido de un mundial, eliminatorias e incluso de la Copa América, nuestra nación se “paralice” por 90 minutos.

Es tal la efervescencia por este equipo de fútbol, que solo basta con preguntar en las calles de las ciudades sobre alguna situación que atañe o afecte al “onceno cafetero”, para que en la mayoría de los casos el transeúnte común dé alguna razón u opinión medianamente informada sobre el acontecimiento.

Han existido a través de la historia diversos momentos de relevancia para la selección que se han quedado en la retina de los aficionados colombianos.

Uno de ellos por ejemplo, el “gol de Yepes” en el mundial del 2014 frente a Brasil, y el otro, ocurrido hace unos pocos días con una decisión del árbitro argentino, Néstor Pitana, en partido coincidencialmente también jugado contra de la “verde amarelha”. Ambos encuentros en territorio brasileño.

Las dos situaciones generaron en su momento diversas reacciones en los colombianos, las cuales en su mayoría tenían un punto en común: indignación.

La “indignación” llegó a tal punto que las dos situaciones ocuparon primeras planas y espacios de privilegio en la prensa de circulación nacional y al realizar una revisión de las redes sociales se podía corroborar que el sentimiento de frustración estaba a flor de piel.

Claramente las decisiones arbitrales de los dos encuentros afectaron el resultado de los dos juegos en mención, pero ojalá tuviéramos claro que el fútbol es sólo eso, un juego.

Es indiscutible que el fútbol en Colombia y muchos países en vías de desarrollo, es una opción de superación de pobreza para muchos niños de zonas marginales de sus territorios, convirtiéndose en muchos casos en la única alternativa real de muchos jóvenes que con ilusión y entusiasmo aspiran en convertirse en Messi, Cristiano, Cuadrado, James o Falcao.

Sin embargo, si bien el futbol es una opción de vida para algunos, jamás tendrá la capacidad de cambiar positivamente la realidad de todo un país.

Si los colombianos tuviéramos el mismo nivel de “conciencia y cultura política” que futbolera, seguramente el nuestro, sería un país mejor, ya que seríamos más conscientes y responsables al momento de ejercer el voto y más estrictos con nuestras veedurías ciudadanas.

La corrupción no estaría desbordada y los políticos elegidos harían lo posible para “jugar bien” en el terreno de la representación política, simplemente porque estarían en un campo visible donde el ciudadano tendría una opinión formada y comprometida con el “juego” que realmente tiene la capacidad de “cambiar sus vidas”.

Si la selección Colombia no la escogiera el director técnico, en el caso actual Reinaldo Rueda, sino que fuese sometida a escrutinio ciudadano, es posible que la abstención en el voto no rondaría el 55% que han presentado nuestras elecciones históricamente, es muy probable que esta sería mucho menor.

Si los colombianos estuviéramos informados de las realidades, actualidades y actuaciones de nuestros “representantes políticos”, especialmente de los congresistas, diputados y concejales, me atrevo a afirmar que el nuestro sería un mejor país.

La selección de fútbol es importante, nadie lo pone en duda, pues mueve pasiones, pero la “selección política de Colombia”, lo es aún más porque no mueve pasiones, crea condiciones de vida favorables o desfavorables e impacta a absolutamente todos los que vivimos en el territorio nacional.

Los colombianos debemos ser conscientes que cada cuatro años (así como el mundial de fútbol), tenemos la oportunidad de escoger la selección Colombia que nos represente frente al Estado, una selección que debe hacer jugadas trascendentales que contribuyan con el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, y no una que se la pase haciendo “jugaditas” que redunden en sus propios intereses individuales y empresariales.

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