Célimo Sinisterra

Santa Bárbara de Timbiquí

Célimo Sinisterra

Posterior al descubrimiento del sur, hoy océano Pacífico, en el año 1513, con el acompañamiento de dos negros, Nuflo de Olano y Joan de Beas, poco a poco franceses, españoles y portugueses fueron descubriendo ríos y quebradas habitadas por aborígenes durante miles de años.

Es así como en el año 1772, luego de navegar prácticamente sin rumbo o a la deriva, una carabela o barco de vela llegó a la desembocadura de un gran río, el cual hoy conocemos como el río Timbiquí.

Acamparon en lo que hoy es Chacón Viejo para luego partir al día siguiente río arriba, a bordo de potrillos o canoas impulsadas por palancas y canaletes.

Los franceses que hacían parte de la comisión quedaron extasiados al ver tanta fauna y flora y, sobre todo, a hombres y mujeres de color acanelado, con taparrabos o guayucos que cubrían sus partes nobles; eran los indios cholos.

Ese era un buen presagio para los conquistadores, toda vez que en esas inhóspitas tierras podía haber oro y otros metales de valor.

A medida que subían el río Timbiquí se podía ver la hermosura del afluente y las verdes montañas pobladas de árboles de 500 o más años, incluso al margen del río.

Al cabo de cierto tiempo, luego de navegar río arriba, llegaron a un lugar donde había muchos bohíos o casas construidas a base de troncos, ramas y hojas secas; ahí se establecieron con el propósito de fundar un pueblo.

Con el correr del tiempo llegaron más conquistadores, y un 4 de diciembre se ocupan en fundar el pueblo; estaban muy alegres en las labores de construcción, y hasta ese momento no sabían qué nombre ponerle, cuando de repente se vino una tormenta o “borrasca” con rayos y centellas.

Alguien, con voz ferviente, gritó: “Santa Bárbara bendita, calma esta tempestad”.

Bastó mencionar a la santa para que un conquistador dijera: “Este pueblo se llamará Santa Bárbara”, y así se quedó.

¿Pero de dónde surge la historia de Santa Bárbara? Se trata de una joven que nació a orillas del mar de Mármara, hija de un zapata de nombre Dióscoro, quien la encerró en un castillo para evitar que se casara tan joven y para evitar el proselitismo cristiano.

Durante su encarcelamiento tenía maestros que le enseñaban poesía, filosofía, entre otros temas.

Por esto mismo, y porque su padre estaba ausente, Bárbara se convirtió al cristianismo y mandó un mensaje a Orígenes Adamantius, un teólogo cristiano considerado un erudito de la Iglesia, para que fuera a educarla en esta fe.

Después de ser bautizada, mandó construir una tercera ventana en su habitación, simbolizando así la Santísima Trinidad.

Cuando su padre fue a verla, se declaró cristiana y se opuso al matrimonio que este le proponía, diciendo que elegía a Cristo como su esposo.

Entonces su padre, el zapata Dióscoro, se enfadó y quiso matarla en honor a sus dioses paganos.

Por eso, Bárbara huyó y se refugió en una peña, milagrosamente abierta para ella, pero pese al milagro, hasta allá llegó su soberbio padre, quien la laceró y decapitó.

Minutos después, se vino una tempestad y un rayo mató a su padre Dióscoro, lo que significó dos muertos el mismo día.

Con el transcurrir de los años y al ver tanta fe en la mujer mártir, el Santo Papa de Roma Pío V la beatificó en el año 1568.

A Bárbara de Nicomedia, como se llamaba ahora convertida en santa, se la considera protectora contra los daños del temporal, los rayos y las centellas; de ello se deriva el modismo “acordarse de Santa Bárbara cuando truena”.

Ahora que hemos puesto en contexto el origen del nombre de la cabecera municipal de Timbiquí, podemos decir que esta parte del departamento del Cauca fue fundada en 1772 por los señores Francisco Antonio de Mosquera y Andrés Sea.

Para revivir la historia se puede decir que todo el río Timbiquí, desde Santa Bárbara hasta El Realito y Santa María —donde nació el esclavista Julio Arboleda—, fue saqueado por los europeos, quienes, con mano de obra de los esclavizados y aborígenes, se llevaron toneladas de oro.

Hoy recordamos sitios como la corriente de Mandinga, la corriente de Francés y La Pailita, donde aún están, bajo agua y tierra, las cerchas de chonta que en su momento construyeron los esclavizados en busca de oro.

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