Una vez más se escuchan voces que quieren poner en la agenda la legalización de las drogas. Quienes abogan en favor de dar ese paso generan una gran confusión porque no hacen suficiente claridad del alcance de su propuesta. Tampoco muestran los estudios que prueben la bondad de la iniciativa.
Lo que se ha abierto es un debate en el que conviene participar. Los defensores de la legalización proclaman que propugnan por ella en virtud del fracaso de la política actual. Mal argumento, porque uno de los grandes obstáculos que ha enfrentado la lucha contra el problema de las drogas es que no ha sido posible definir una política global.
Los promotores de la idea afirman que donde se ha dado ese paso el consumo se ha controlado. Además de que los datos existentes carecen de la profundidad necesaria para hacer un análisis serio, esa perspectiva hace caso omiso de realidades que aterran e invitan a la reflexión.
En la última reunión del mecanismo de cooperación entre Europa y América Latina y Caribe, los delegados de la UE arrojaron un baldado de agua fría sobre las deliberaciones, cuando afirmaron que una de sus principales preocupaciones es que se han identificado 125 drogas legales que producen el mismo efecto de las ilegales. Crece el consumo de las sustancias amparadas por la ley que hacen daño e igual sucede con aquellas al margen de la legalidad.
Y, lo que es peor, los promotores de la legalización, al hacer una propuesta aislada, olvidan que uno de los grandes avances de Colombia fue lograr que la comunidad internacional aceptara el principio de la responsabilidad compartida y el enfoque integral, equilibrado y multilateral en la lucha contra el problema de la droga.
Con el fin de contribuir al debate, afirmo que para combatir el consumo lo prioritario es la prevención, no la legalización.
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